Nativitas, Tlax.-
Un interminable río humano que se extendió a lo largo de unos dos o tres kilómetros, recorrió las principales calles del municipio de Nativitas, llevando consigo 13 féretros, pertenecientes a las víctimas que perecieron calcinadas el pasado viernes, para ser enterradas por sus deudos, en el panteón municipal.
Minutos antes, los 13 féretros habían recibido la bendición del obispo de Tlaxcala, Francisco Moreno Barrón, en la Unidad Deportiva Bicentenario 2010 Nativitas, que por cerca de dos horas, se convirtió en una improvisada iglesia y cuyas gradas y cancha deportiva apenas contuvieron a los miles de habitantes del pueblo que acudieron a darle el último adiós a las víctimas de la explosión.
Pasadas las 11:00 horas, deudos y amigos entrañables, cargaron sobre sus hombros pesados ataúdes metálicos y seguidos de un largo cortejo fúnebre, se encaminaron hacia la unidad deportiva, que se encuentra en las afueras del pueblo y a un costado de uno de los cerros.
Vigilados de cerca por infinidad de patrullas y policías, algunos de ellos de la capital del estado, que se encuentra a unos 15 minutos en vehículo, los féretros y cientos y cientos de dolientes, hasta llegar a varios miles, fueron introducidos a la cancha deportiva, frente a un improvisado altar, presidido por el Santo Patrono del pueblo a quien vistieron de color blanco y púrpura, en virtud de la cercanía de la Semana Santa.
Conforme fueron ascendiendo por la pequeña cuesta, los ataúdes y dolientes se fueron introduciendo a la unidad deportiva, hasta que arribaron las 11 cajas metálicas, la última de las cuales, lo hizo pasadas las 12:00 horas, y después de lo cual, el obispo Francisco Moreno inició la homilía.
Ante la presencia del gobernador del estado, Mariano González, la procuradora de Justicia, Alicia Fragoso, el alcalde de este lugar, Javier Quiroz, y demás autoridades estatales, el obispo hizo un parangón entre Dios, que perdió a su hijo Jesucristo, y los habitantes de Nativitas que fueron golpeados por la tragedia el pasado viernes.
Y si bien, dijo, el hijo de Dios murió para que la humanidad de todas las latitudes tenga vida eterna, entonces los que perecieron en el percance del pasado viernes tienen asegurada la vida eterna a la diestra de Dios.
Luego, refiriéndose a los escépticos y no creyentes, dijo que para ellos no existe nada después de la muerte, cuando, al contrario, “la muerte es el principio de la vida eterna. Morimos para comenzar la vida eterna”, expreso a sus feligreses.
Quizá, añadiría, “podemos preguntarnos, por qué ellos, por qué de esta manera, pues simplemente porque Dios así quiso las cosas”. Sin embargo, más adelante, reconvino tanto a los habitantes de este municipio y, en general, a los del estado, para que antes de emplear la pólvora, en sus peregrinaciones, la eviten, para impedir tragedias.
Sobre lo ocurrido el pasado viernes, señaló: “Esto no es un castigo de Dios, sino una llamada de atención”. Para el pueblo tlaxcalteca, el uso de la pólvora, le sirve para afianzar su fe. Sin embargo, ante las repetidas tragedias en el país, hizo un llamado para evitar el uso de explosivos o que dejen su empleo a especialistas.
Por último, el obispo, bendijo con agua bendita los 11 féretros que habían sido rodeados por sus deudos más cercanos, tras de lo cual, así como habían entrado, los féretros iban saliendo uno por uno. El primero de los ataúdes, seguido por centenares de dolientes, se le vio descender por la pendiente y tomar la Calle Parque Hidalgo. Algunas de las personas que no habían asistido a la misa, esperaban los cortejos fúnebres tanto en las aceras, así como en las puertas o ventanas de sus casas. Sólo uno de ellos, se desvío del camino y fue regresado a su casa.
Allá adelante, la vanguardia dobló en la calle de Bugambilias, y bajo los inclementes rayos del sol de las dos de la tarde, comenzaron a ascender por esa misma calle que pasa a un costado del panteón municipal.
Durante el trayecto, tal como lo habían hecho de ida, lo mismo tocaban el vals “Dios nunca muere”, que la “Feria de Cepillín”, que algunos de los boleros de la Sonora Santanera, dándole con ello a la larga fila de dolientes, un toque tragicómico.
Arriba, en el cementerio, varias fosas recién abiertas, esperaban a los ataúdes. Y bajo los acordes de las bandas de música, las víctimas de la explosión, descendieron a su última morada, en medio del llanto de familiares y familiares.
En Nativitas, la población tardará generaciones para olvidar el percance.
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