Se están cumpliendo 27 años del fallecimiento del que se ha considerado como el último Mandón del la Fiesta Brava, fue el 16 de agosto de 1996 cuándo dejó de existir el torero regiomontano Manolo Martínez.
El diestro regiomontano había ingresado a la clínica Scripps de La Jolla, California, para someterse a una operación de trasplante de hígado cuándo fue sorprendido por dos infartos fulminantes al miocardio que le quitaron la vida.
Manolo Martínez fue un torero con fuerte personalidad, con una clase extraordinaria y con un arrastre entre los aficionados que lo hicieron ídolo, Martínez pasó a ser en muy poco tiempo, la máxima figura mexicana del toreo en los años setenta y ochenta, ganándose un lugar privilegiado en la historia de la tauromaquia, aunque muchos le han querido quitar meritos, diciendo que no triunfó en España, dato totalmente incierto como se ha comprobado al cien por ciento, el último documento que avala dicha afirmación es el libro que recién presentó su autor el Ing. Alejandro Arredondo.
La importancia histórica de Manolo radica además de su presencia en el ruedo y de lo influyente que fue fuera de él, radica en el imán de atracción de públicos de diversa índole y con ello, la generación de aficionados y de la pasión por la fiesta brava.
Manolo Martínez a lo largo de su carrera tuvo marcadas formas de interpretar el toreo, en su primera época cautivó a propios y extraños realizando variados quites de capote con chicuelinas, gaoneras y caleserinas con una muleta privilegiada para torear lento, muy lento, con mucho temple y largueza, interpretando derechazos, naturales combinados con trincherazos y arruzinas, consiguiendo faenas llenas de ritmo y cadencia.
En una segunda época, que inició en el primer tercio de los años setenta, Manolo comenzó a torear más lento, creando un estilo muy particular siendo escuela para los toreros de aquellos años. Manolo iniciaba sus faenas con suaves doblones, para luego citar de largo y ligar muletazos girando en un solo eje, perfeccionando su toreo en redondo, rematando las series con su característico martinete, cambios de mano o con el pase del desdén.
Aunque este tipo de toreo fue calificado por muchos como “corto” en su variedad, fue quizá el más artístico que interpretó el regiomontano en su carrera, cómo olvidar las faenas a los toros “Amoroso” y “Gotita de Miel” en la Plaza México, en su brillante temporada de 1979. A ambas faenas el célebre cronista Don Pepe Alameda las bautizó como las faenas de “Las Bellas Artes”.
Fueron muchos los pases que dieron sello al regiomontano y que fueron motivo de pinturas y esculturas pero lo más importante es que provocaron en los tendidos las más sonoros oles que yo recuerde, exaltando la pasión entre los emocionados públicos.
No obstante que en sus distintas épocas Manolo convenció por su toreo de arte y emotividad, no pudo evitar que su personalidad diera origen a dos grupos de aficionados que acudían a verlo a las plazas: los “Martinistas” que lo idolatraban, y los “Antimartinistas” que criticaban todo lo que hacía. De ahí que Manolo Martínez se ganó el mote de “Un Demonio de Pasión” tal y como titularía un libro en su honor el escritor Guillermo H. Cantú.
Manolo vivió la pasión dentro y fuera del ruedo, pues su deseo de ser el mejor en todo le valió críticas y enemistades.
A 27 años de su partida, Manolo Martínez sigue siendo el máximo referente del toreo mexicano de la última época. Su nombre se escribe con letras de oro en la historia del toreo al lado de otros grandes como Rodolfo Gaona, Fermín Espinoza “Armillita”, Lorenzo Garza y Carlos Arruza.
Desde su muerte Martínez ha dejado un vacío difícil de llenar, con su partida se desvanecieron las pasiones, la controversia y ¿por qué no decirlo?, las grandes entradas y llenos en las plazas de toros.Con la muerte de Manolo se acabó la pasión dentro y fuera del ruedo.
En la vida de Manolo Martínez nunca hubo medias tintas: para él era todo o nada, vivió siempre de manera intensa, fue un hombre y un torero apasionado por la vida y por la Fiesta Brava que lamentablemente murió cuando todavía tenía mucho que dar a la Fiesta Brava.
Hace 27 años que Manolo hizo su último paseíllo a la eternidad y con su muerte se terminó toda una época del toreo.
Muchos años han pasado desde aquél 16 de agosto de 1996 y muchos otros años pasarán, pero la huella del último Mandón de la Fiesta seguirá presente en el recuerdo de miles y miles de aficionados que alguna vez gritaron en las plazas… “¡Manolo, Manolo y ya!”.