La primera -y única- vez que tuve la oportunidad de asistir al ya desaparecido estadio Tecnológico dos cosas me llamaron la atención fuera de la oportunidad de ver un partido de futbol profesional. Una, la cantidad de cerveza que se consume y dos, el comportamiento que deja ese consumo de alcohol.
Ya como periodista de tiempo completo, tuve la oportunidad de ser cronista deportivo asignado al beisbol profesional regiomontano en los años de Industriales y Sultanes. De nuevo, el consumo de alcohol y la transformación de la personalidad de quien lo consume sin más control que lo que hay en su cartera me pareció interesante.
Que cada quien haga con su cuerpo lo que quiera es muy respetable, y es su derecho. El problema llega cuando mi decisión de embriagarme en un establecimiento público termina afectando a los que me rodean; peor aún, cuando ese lugar público es uno al que se pagó un boleto para ingresar con el objetivo de divertirse con un espectáculo deportivo.
En 2016, investigadores de las universidades españolas de Murcia, Vigo y Católica de Murcia publicaron un estudio sobre el consumo de alcohol en Monterrey, en el que se detectó que uno de cada diez (12.7 por ciento) de la población de 18 años o más se identificó en niveles de alto riesgo en su ingesta de bebidas embriagantes.
La investigación encontró además que existía un consumo “bastante elevado” entre los hombres más cercanos -padre, hermano e hijo- a la persona entrevistada, y que a mayor grado de estudios alcanzados es mayor el consumo tanto esporádico como habitual.
El porcentaje de consumo fue confirmado un año después por un estudio independiente realizado por la UANL.
En marzo pasado, Pablo Castillo, Director del Centro de Integración Juvenil en Monterrey, aseguró que en los últimos 20 años, el uso de tabaco, alcohol y drogas entre la población de entre 10 y 18 años en el estado se disparó 389 por ciento, con el alcohol en segundo lugar de preferencia, solo superado por la nicotina.
En este contexto de consumo de alcohol no se puede dejar de lado que la cerveza es patrimonio de la cultura popular de Monterrey, tanto como la carne asada, el cabrito, el fara fara y el futbol.
Cada fin de semana, las redes sociales exhiben videos grabados en los estadios Universitario y BBVA en los que abundan los puñetazos y las patadas entre aficionados del mismo equipo. Es cierto, los borrachos y la violencia ni son nada nuevo ni son exclusivo de los estadios regios. Lo que si es diferente es la idea, autoimpuesta quizá, de que los seguidores de Rayados y Tigres son las mejores aficiones del país.
Jugando con las estadísticas, podríamos decir que uno de cada diez adultos que asisten al futbol se exceden en el consumo de alcohol en el estadio. En estadio lleno, se convierten en miles de personas embrutecidas que con un mal resultado en la cancha, una mala mirada o una frase equivocada tienen para descargar su coraje no con quien se los hizo, sino contra quien se los paga.
El futbol profesional es un espectáculo que busca el entretenimiento de los que lo observan. Que tanto cambiaría si esos que asisten a beber en exceso, arropados por el ambiente del estadio, se dedicaran a disfrutar del deporte y no usando el deporte como pretexto.