Escoges la carrera para la que te vas a preparar, si es fuera de tu ciudad, separas los días para tu viaje, entrenas todos los días, sigues tu programa religiosamente y te das cuenta cómo tu paso por kilómetro mejora cada vez más y se acerca para lograr el tiempo que buscas.
Realizas tu entrenamiento en rutas similares a las que tendrá tu carrera, incluso buscas entrenar en climas como los esperados para ese día, calor, frío, viento, pruebas el tipo de ropa sin limitarte solo a los tenis, manejas la alimentación adecuada, practicas la hidratación durante los entrenamientos, balanceas el descanso para prevenir alguna lesión, en fin, todo lo que está en tus manos se hace tal cual debe hacerse.
Y llega el gran día, estás en la línea de salida, arrancas y todo va de acuerdo a tu plan, ese que diseñaste y practicaste, casi al punto de memorizarte durante al menos unas veinte semanas anteriores al evento, pero de repente “algo” empieza a no encajar, tu mente y tu cuerpo aún te siguen, pero esperan instrucciones puntales cuanto antes.
Comienzan las dudas, titubeos y demás, pero sigues avanzando hasta que llega un punto en donde definitivamente tienes que tomar decisiones, según sea a lo que te estés enfrentando en ese preciso momento.
Y es que así es el maratón, nunca podremos saber qué nos depara o qué sorpresa nos dará durante el trayecto, por más experimentados que estemos como corredores, de verdad no podemos llegar soberbios y pensar que porque nos preparamos bien ya lo vencimos.
Pero esto no es para ser visto desde un punto de vista pesimista, al contrario, siento que es una de las mejores enseñanzas que éste nos brinda, que es aprender a adaptarte a lo que sea que se presente.
Adaptarse es algo que siempre está en movimiento, es cambiar, es ser flexible y no quedarte paralizado porque algo no salió como esperabas.
Esta capacidad de adaptación se fortalece maratón tras maratón, porque es raro que todo salga perfecto, tal como lo planeamos cada vez que recorremos esos 42 kilómetros.
Un cambio de ruta no previsto, una lluvia, una ampolla, un calambre, un dolor de estómago o incluso una caída, son muchas las cosas que pueden y nos harán cambiar el plan justo ahí en ese momento y no, simplemente no nos quedaremos parados y renunciaremos a llegar a la meta para la que nos preparamos tan arduamente.
En estos tiempos donde ya nos tocó vivir una pandemia, fuimos testigos de cómo la capacidad de adaptación fue clave para poder salir adelante escuelas, trabajos, vida social, viajes, deportes y todo lo que cambió durante este periodo, nos demuestra que cambiar es algo constante y es conveniente no verlo como fuente de frustración, miedo o ansiedad, si no de oportunidad de potenciar nuestras virtudes y llegar a ser una mejor versión de nosotros mismos.