La angustia de mi sobrino Luca me ha proporcionado algunas lecciones sobre las expectativas de la vida.
Sus lágrimas de once años tienen una humedad sociológica, que me muestran algunos aspectos de una comunidad en espera de milagros.
Ha sido una noche difícil en el Estadio Universitario. Tigres sufre de más con el Alianza FC.
Luca aún vive el futbol montado en una nube de ensoñación. En la pared de su habitación saluda a diario a sus héroes de la realidad. A su edad, algunos chicos tienen pegados pósteres de Harry Potter o Imagine Dragons, Mi sobrino las adorna con Tomás Boy, Gerónimo Barbadillo, Pilar Reyes.
Desde chico lo llevo al estadio. Es de los que sufren. Le han tocado buenas temporadas de Tigres, pero no se escapa de las angustias y algunas derrotas. Paga una elevada renta emocional en cada juego.
Si el equipo va mal, anda de humor canino. Es buen estudiante y las matemáticas no son su fuerte; pero tiene memorizada la tabla de posiciones, la diferencia de goleo y los próximos rivales de las copas diversas que se juegan junto a los torneos de casa. Uno asimila lo que le gusta.
Esta noche Tigres no anda. Se le ha complicado la fase de octavos de la Conca. Alianza no es rival pero se le ha atragantado desde el juego de vuelta, en San Salvador, con 2-1 a favor de los locales. Vimos el juego en la tele y al finalizar, Luca se mostró confiado: “Acá los hacemos puré”.
Tigres inicia con fuerza la vuelta. Esta comiendo pichón y para el minuto 22 ya lleva una ventaja cómoda de tres goles sin respuesta, 4-2 en el global. Los visitantes no muestran nada. El niño está feliz. Las veladas futboleras en vivo son mágicas. En el estadio, los recuerdos buenos y malos, te los quedas de por vida.
Pero los catrachos han resultado leones rasurados. Porque el marcador es engañoso. Al 33 Alianza da muestras de vida y se acerca en el marcador, con una diana. Ya no está tan lejos. Uno más y adiós liguilla. Luca golpea con los puños el piso. Tiene los nudillos raspados. Maldice en silencio, amordazado por educación, pues no debe decir malas palabras.
Su confianza se tambalea, como la de todos por igual en El Volcán. Comienza a percatarse de las incertidumbres de la vida. Hoy, como nunca, ha llegado con ilusiones grandes, pues el equipo de la U está conectado entre sus líneas. Si se lleva la Conca, el premio es el Mundial de Clubes en Qatar.
Al 42 los catrachos anotan el segundo. Zaz. A veces la respuesta a las oraciones cae en otro lado. Hay más lágrimas por los milagros que se cumplen que por los frustrados, dice Juan Rulfo. Luca endurece los puños, las venas de las sienes dilatadas. Masculla palabrotas, de nuevo, pero se las queda entre los dientes. Con este marcador estamos eliminados.
Su perspectiva del futbol está cambiando esta noche; lo ve como otro más de los dramas de la vida. No siempre se obtiene lo deseado. Su papá aspiraba a una camioneta seminueva y ahorró para adquirirla, pero la que estaba en rebaja ya había sido adquirida, y debió conformarse con un sedán.
Deseaba Luca una goleada para esta noche, pero el marcador no se deja convencer. Tigres sufre, por dos jugadas que parecen chiripas de los aliancistas. Independientemente de las circunstancias casuísticas conjugadas, el balón ha remecido dos veces la red de los locales y están a un paso de ser cepillados, con todo y ridículo continental. Una nómina de ese tamaño no puede perder una ventaja de ese tamaño.
En el descanso, un refresco serena al niño. No dice nada. La sonrisa ha desaparecido. Ahora está ansioso, pues ya desea el regreso a la acción. Su estado de ánimo ha cambiado. Me veo en él reflejado, cuatro décadas atrás. Ahí mismo, en el Uni, vi el juego del No descenso entre Tigres y Zacatepec, en 1977. Sergio Suárez, de los Cañeros anotó primero. A mis pies se abría el portón del Infierno. Cancerbero ladraba entre las llamas. Se dice que a los niños no les dan infartos cardiacos. Yo estaba por sufrir uno, de pura desesperación.
Pero René Pérez pronto descontó, para igualar los cartones. Al 70 Geraldo Concordia, conocido como Iauca o El artillero del Diablo, marcó el gol que salvó a Tigres de la quema. Tenía yo ocho años y me quería morir de felicidad.
El partido de la Conca se reanuda y Tigres intenta sin imaginación. Desafortunadamente, el librito de los clubes centroamericanos indica la obligación de ensuciar el partido, si el marcador les favorece. Del lado de los salvadoreños abundan la provocación de las faltas, camillas que ingresan para nada, supuestas torceduras aliviadas con agua milagrosa. El cronómetro corre enloquecido hacia el final.
Se llegó la hora. Minuto 90 y Tigres no más no puede sacar agua del pozo. Se le ha agotado el tiempo aire y no hay disponibilidad de recarga. La batería parpadea y solo se espera que el silbante cante la sentencia de muerte. Luca se muere de tristeza. La semana pasada vio Un rincón cerca del cielo, y se le escurrieron todas las lágrimas del año, al ver a Marga López al lado de su hijo que ya ha volado con Dios, porque son muy pobres, y las medicinas no han llegado a tiempo. “Es muy sentimental”, me dijo su papá. Ahora lo constato.
Está al borde del llanto. Comienza a aprender que la vida no es solo simpatía; los deseos no se cumplen por voluntad. El destino a veces es canalla.
Falta a favor de Tigres, afuera del área. Una última, antes de irnos. El juego está in extremis, el equipo universitario ya recibió los santos óleos. El arquero Nahuel Guzmán va al ataque. Qué más da. En la historia del futbol, de mil porteros que suben a rematar, apenas uno anota.
Edu Vargas escupe el centro en la charola. Y el prodigio ocurre. Nahuel se levanta y le dice no a la pelota, moviendo la cabeza, de derecha a izquierda y la manda a guardar. Luca grita y llora de dicha. Tigres anota y gana. Cómo le digo, al chico, que lo que ocurrió no es real, que el futbol le ha regalado un bendito engaño. Eso no ocurre en el día a día. Gol del guardavalla en compensación, en eliminatoria; es posible, sí, pero únicamente en los sueños, no en nuestro acontecer tan lleno de sinsabores.
Me permito saborear también la victoria. No todos los días se viven maravillas como esta. Disfruto la leche y la miel del tanto en la compensación, y la voltereta de la suerte, hoy generosa, para dar una sonrisa bella a los Tigres cuando segundos antes les ofrecía un horrible gesto de amargura.
Luca es feliz, pero desde entonces ve el futbol con cristal diferente. Ya no se aflige tanto con marcador adverso. Sabe ahora del movimiento pendular interminable, entre derrotas y victorias. Lo bueno para él es que la enseñanza llegó con el juego más emocionante que ha visto en su vida.