Aún hoy, 34 años después, se me va el aliento cuando veo el cobro del penal de Andreas Brehme, en la final del Mundial de Italia 1990. Esa noche, Alemania y Argentina revivían el juego por la gloria que cuatro años antes, en México, conquistaron los sudamericanos.
Con destreza natural para el manejo de los dos perfiles, el zaguero cogió el balón, lo posó en el manchón de los once pasos y se perfiló de una forma extraña. Se colocó de frente a la redonda, y no haciendo el recorrido diagonal para prenderla con más enjundia, como dictan las leyes de la física. A partir de la línea del área, sin meterse en la media luna, el alemán tomó impulso, con la intención de disparar con la derecha.
Era sorprendente ver a Andi efectuar el disparo con la diestra cuando, en la serie de penales en cuartos de final en México 86, ante los anfitriones, marcó con la siniestra. Su manejo de pelota era exquisito, y le daba definición a sus extremidades bajas: la izquierda es más poderosa, pero la derecha es la de la precisión.
Esta vez enfrentaba a un rival formidable, Sergio Goycochea, el guardameta de los ches que antes de ese juego había roto el récord de penales atajados en un Mundial con cuatro: dos a Yugoslavia, en cuartos de final y otros dos a Italia, en semis. El bonaerense tenía, a los 26 años una cita, con la gloria.
El rubio Brehme no se dejó intimidar por la fama bien ganada del adversario. Era uno de los pilares de la defensa de la siempre aguerrida escuadra teutona. De 29 años, se había convertido en el estandarte del Inter de Milán, de la entonces liga italiana de las estrellas. En sus homoplatos descansaba una responsabilidad de carácter nacional. Todavía no se había cumplido un año entero de caída del
Muro de Berlín y las naciones divididas en Oriente y Occidente apenas se acercaban, para reconocerse como una sola.
Había gran confianza entre los alemanes para ganar el cetro. Ayudaba a su causa que, si bien Maradona seguía siendo excelente líder, ya no lo era tanto, como cuatro años antes, cuando alcanzó la meseta de su carrera.
El silbante mexicano Edgardo Codesal había marcado el penalti in extremis, cuando el partido se encontraba sin goles y se vislumbraba en el horizonte cercano el alargue de los extenuantes tiempos extras. Rudi Voeller había sido derribado por Roberto Sensini. O eso marcó el silbante. Si la dejaba pasar, igual estaba en lo correcto. La jugada fue ruda y aún es fecha que se debate.
De acuerdo al medio The Athletic, Voeller fue de inmediato descartado como tirador. Aunque era uno de los goleadores del conjunto, había una cábala en el equipo para que el jugador al que cometían el penal, quedaba descartado para ejecutarlo. Era de mala suerte.
Lottar Mattahus además de ser el que más goles había anotado por la Mannschaft en esa copa era el líder indiscutible, heredero en la posición de quien era su actual entrenador Franz Beckenbauer. Como contó luego el mismo capitán, decidió declinar el honor. Al medio tiempo, había mudado de tacos y los que se ajustó para la segunda etapa le quedaban grandes y no había podido adaptarse con ellos.
No le temblaban las piernas para cobrar, pero sí sentía que al tirar el penal podría salirle un chanclazo.
La tercera opción era Brehme, el hijo ilustre de Hamburgo, que dio un paso al frente. Era buen disparador, pero se careaba con el más endemoniado atajador de penales en mundial de todos los tiempos. Goyco andaba inspirado y no dejaba pasar metralla.
En el Estadio Olímpico de Roma, con una presión similar a la hidrostática que se siente en el fondo del Mar del Norte, Andreas anduvo cuatro pasos y disparó de frente a la pelota, direccionándola a la base del poste derecho. La FIFA establece que el diámetro máximo de la pelota debe ser de 23 centímetros. Era de 24, el espacio por donde pasó el trueno, entre el guante derecho del guardameta y el poste. Pudo haber detenido, pero esperaba el tiro a media altura, y el microsegundo que tardó en zambullirse fue suficiente para ser batido, al minuto 85. Y con ese marcador se escribió el final de esa trepidante Copa.
Este martes me enteré de que Andreas falleció el lunes por la noche en su casa. Lo recordaré como un héroe universal del balón, el que le dio por vez primera el campeonato universal de futbol a las dos Alemanias unidas.