Se esperaba más del presidente del Club Monterrey, Duilio Davino. Su presencia en la conferencia de prensa el sábado 12 de febrero daba para más. Pero no hizo más que enfrentar el difícil trance del equipo de los Rayados en el Mundial de Clubes. Se sostuvo con firmeza en su posición de no abrir la boca ni dejar a su lengua sin conectarla con su cerebro a fin de salvar las preguntas de los reporteros. Sabía que estaba en el centro de un nuevo coliseo romano. Al final, sintió que salió airoso. Su rendición de cuentas a los jefazos no estuvo mal.
Sin embargo, los voceros de los verdaderos aficionados se quedaron con ganas no solamente de saber si estaba marcado desde ahora el final del técnico Javier Aguirre dentro de la institución. Ellos, como intérpretes de la gente que no tiene acceso a los directivos, hicieron su chamba para saciar la curiosidad de sus audiencias al respecto. Tal es su papel de los reporteros en las entrevistas: no representarse a sí mismos sino cumplir el encargo de preguntar lo que los auténticos interesados quieren preguntar. Siempre con todo respeto y sin protagonismos ni agresiones ni un show con el fin de llamar la atención.
La “carnita” de esa conferencia de prensa la constituía la noticia sobre el futuro del entrenador, porque ya se sabe que el hilo se rompe por lo más delgado. Es imposible echar a la calle a los jugadores por lo que no hicieron en la cancha en un momento crucial para la buena imagen internacional del club regiomontano. Pero el silencio de Davino al respecto o su tajante respuesta fue el sello de la expectativa general de sus seguidores.
No obstante, había más de fondo que no flotó en el ambiente por el morbo anclado en la destitución de Javier Aguirre o el castigo al plantel en general. ¿Qué es más importante que las sanciones internas? Pues el análisis y mano dura contra el comportamiento de los supuestos aficionados de los Rayados. Sí, esos que le metieron mucha lana a su viaje a Abu Dabi y desquitaron feamente su rabia por la derrota con mensajes muy simbólicos. Eso no solamente es una voz de alerta de un fanatismo enfermizo que desborda toda pasión por unos colores deportivos, sino que también entraña un conflicto social que puede escalar a otras zonas de la región, por las implicaciones de violencia y sangre muy explícitas en las imágenes que algunos hicieron circular desde los Emiratos Árabes Unidos.
De eso habría también de hablar Duilio Davino y sus jefes. ¿Qué investigaciones hicieron in situ y al instante para saber quiénes verdaderamente estaban atrás de semejantes ataques a la integridad de directivos y entrenador? Porque si se deja pasar como un desahogo, podríamos terminar reconociendo después que puede ser una infiltración peligrosa en los “grupos de animación” de vándalos drogadictos y hasta de narcomenudistas. Ojalá no. Toquemos madera a fin de que no se confirme tan atrevida sospecha. Por eso debe hacerse un buen trabajo de campo en ese sentido y saber quiénes se salieron de quicio en las manifestaciones de dolor por el fracaso deportivo. ¿O era muy difícil identificarlos entre el grupo tan reducido que asistió al estadio y se apersonó en el hotel a rumiar su frustración?
Sin embargo, no solamente hay que identificar a los desadaptados sino castigarlos. ¿Cómo? Negándoles la entrada a los estadios y haciéndoles ver el tamaño de su desfachatez que puede estar influida por la apología de la violencia y asociada a conductas reprobables de la delincuencia organizada. Más vale exagerar, antes que lamentar hasta dónde puede terminar una secuela de protestas semejantes por cualquier pretexto, bajo la fachada del deporte más popular. O, si no, veamos en qué acabaron varios sucesos así en otras partes del mundo como Colombia y Argentina, que han rebasado las noticias negativas dadas por los hooligans del Reino Unidos. Más vale actuar a tiempo que salir luego a tapar el pozo cuando el niño se ahogó.
Por eso Duilio Davino no puede callar en torno al conocimiento de los protagonistas de esas agresiones a la institución regiomontana y a los dirigentes y entrandor. ¿Cuántos fueron? ¿Quiénes fueron? ¿Cómo ubicarlos aquí en Monterrey? ¿Cuándo llamarlos para sostener un diálogo civilizado con ellos y entrever el leitmotiv de sus delirios? Y, por qué no, qué medidas drásticas tomar por sus amenazas y no tomarlas simplemente como un show o una explosión momentánea de furia e inmadurez. Hay, pues, qué abordar este asunto, pues tiene mucho mar de fondo, según mi modesto punto de vista.