El domingo 17 de diciembre América se coronó campeón del torneo Apertura 2023 del futbol mexicano al vencer en tiempos extras a Tigres en el monumental Estadio Azteca. Como quedó registrado con elocuencia en la transmisión de TV, el partido tomó rumbo definitivo cuando el jugador felino Raymundo Fulgencio se hizo expulsar al 79 por un manotazo que le dio en el rostro a Julián Quiñones de los emplumados. Con un jugador menos, el cuadro visitante se hundió y recibió tres goles, que determinaron el rumbo del partido.
Más allá de la asertividad del silbante Adonai Escobedo, por la roja directa que desenfundó, lo cierto es que los seguidores del once de la UANL han responsabilizado por entero a Rayful del doloroso descalabro.
Esta historia me recuerda una reciente, que parece una fábula moderna del futbol, y que sirve para contemplar el destino de los villanos, que siempre los hay, de estas películas de la gran Final de cada semestre.
La noche del 10 de diciembre del 2017 la historia del balompié regiomontano cambió para siempre. Tigres se coronó campeón en la primera final regia, contra Monterrey. El responsable directo del desenlace de ese encuentro, que terminó 2-1 en favor de los felinos, fue un jugador colombiano que tiene como nombre de pila un apellido, Avilés, que en el minuto 83 voló a las gradas un penal que los hubiera metido en el juego.
Con el silbatazo final y la celebración de los auriazules en el Estadio BBVA, los fanáticos de La Pandilla estaban dispuestos a crucificar en la Macroplaza a Avilés Hurtado. Hubieran pagado por lapidarlo, o por verlo de hinojos, bajo el asta bandera del Obispado, latigueado en la espalda, por la pifia imperdonable que les ha dolido tanto, desde entonces. Sin embargo, el presidente del club, Duilio Davino mantuvo la cabeza fría. Seguramente a él le laceró lo mismo o más que a cualquiera de los fans la falla del delantero. Pero no lo corrió, como pedían los hinchas que demandaban que les entregara en una charola la cabeza del sudamericano.
Hizo bien el directivo, pues el jugador era un activo valioso del club. Echarlo, como pedía la tribuna enardecida, significaba que el club perdiera millones de dólares. Además, sería como responsabilizarlo directamente de la derrota en la final cuando, en realidad, Rayados no supo descifrar el juego de Tigres, por lo que la factura debería repartírsela todos los jugadores, no solo el moreno que voló el cobro de once pasos.
El gazapo de Raymundo me recordó el caso ejemplar de Jorge Vergara, el ya desaparecido y mediático dueño de Chivas, que en su momento corrió a Omar Arellano, supuestamente por indisciplina, aunque algunos lo consideraron un berrinche. Lo mismo pasó, con un estallido visceral, cuando se deshizo de los hermanos Néstor y José Manuel de la Torre, director deportivo y entrenador del Rebaño, a los que luego se refirió con desprecio. La lección que dejó el empresario del Guadalajara es que el directivo no pude tomar decisiones como si fuera un aficionado. Desde el escritorio, está obligado a ver el futbol desde otra perspectiva. Hay que recordarlo, cuando se expresaba de sus jugadores, cuerpo técnico y plantel, en general, como si fuera alguien que desde el graderío condujera a un equipo.
Ahora Raymundo Fulgencio fue expulsado y con lágrimas fue a recoger su medalla de subcampeón. Los compañeros, se vio, lo arroparon. Los aficionados, en cambio, lo han señalado, con el índice colectivo como el culpable de que no levantara Tigres la novena copa. La jugada de la polémica fue brava, el jugador es recio y reactivo, pero se equivocó evidentemente, al responder a una provocación con un gesto de violencia. Ya debería saber que en la actualidad hay veinte cámaras que registran cada parpadeo de los futbolistas, y que ayudan a que el árbitro tome sus decisiones, si se requiere asistencia de VAR.
Hasta este martes 19 por la noche sonaba que el muchacho sería transferido, a préstamo a Atlas. No sé si la versión sea cierta. Si se va, creo que es porque tenía un arreglo previo con los Académicos. No creo que la directiva de Tigres haya tomado la decisión para entregarle a su fanaticada indignada una cabeza de turco que pague por los pecados del club.
De ser así, se estaría sentando un pésimo precedente. Por más rabia que provoque la expulsión. que descuadró el plan que llevaba a la perfección el entrenador Siboldi, hay que reconocer que el equipo tampoco fue funcional para inquietar la portería de las Águilas que, independientemente del resultado, es el equipo que mejor jugó en el presente semestre. La derrota no fue solo del juvenil, sino del grupo, a través de una cadena de imprecisiones y desaciertos que se sumaron al mayor de todos los yerros, que fue la roja directa que, eso sí, sentenció una noche de mala estrella.