Antes del Mundial de Francia 98, la Selección Mexicana la pasaba mal. El entrenador Manuel Lapuente se esmeraba por encontrar un once ideal y en el camino iba regando resultados desfavorables, que lo hacían parecer el siguiente entrenador destituido.
En uno de esos largos procesos, Bora Milutinovic había entrado de relevo luego del Mundial de Estados Unidos, pero no funcionó en el banco, y le dejó la posición a Lapuente que, con muy malo augurios, consiguió crear la dupla más espectacular en la historia de la Selección Mexicana, con Cuauhtémoc Blanco y Luis Hernández en puntas, aunque la magia de los atacantes no sirvió para obtener el quinto partido. Se fue dos años después, luego de no tener éxito en la Copa Oro del 2000.
Recuerdo a Manolo, porque todo el tiempo ha existido, en México como deporte nacional, la crítica hacia el director técnico en turno del equipo verde. Es natural, y hasta saludable, que se le meta presión al estratega para que haga funcionar una enorme y pesada maquinaria que desde hace más de una década ha dejado de funcionar con ritmo sostenido.
Jaime Lozano, que ocupa ahora la posición, va a su prueba de fuego a la Copa América, que inicia el 20 de junio, con un equipo que luce desmadejado, en reconstrucción y con augurios horrendos sobre su suerte en la justa continental en la que van los peces gordos como Brasil, Argentina, Uruguay y, más recientemente Estados Unidos, convertido por ahora en el mejor del área.
Augurios
Desde que Adolfo Frías Beltrán se convirtió en el primer director técnico del combinado azteca, en 1923, hasta ahora, un siglo después, el encargado de la posición ha estado colocado en la silla eléctrica. No por nada, Beltrán estuvo solo tres juegos, de los que ganó dos. Y desde entonces, por ser DT del América, era favorito para ocupar la posición. Claro, la base del equipo de todos eran, precisamente los canarios.
La suerte del timonel nacional no ha cambiado mucho con el paso de los años. Los logros lo sostienen en el puesto. El juego resultadista se impone como una ley marcial que satisface las demandas de éxito, siempre frustradas de la afición del país, que quiere glorias que nunca llegan.
El máximo galardón nacional es el oro en los juegos Olímpicos de Londres 2012. Lozano Espín llegó al Tricolor por haber ganado el bronce en las olimpiadas de Tokio 2020 que se jugaron al año siguiente a causa de la pandemia de Covid. Nada mal para un entrenador mexicano.
En la Mayor sustituyó a Diego Cocca que accedió al puesto en mala hora y con malos modos. Jimmy entró de emergente por el argentino y obtuvo el campeonato de la Copa Oro 2023, en final disputada ante Panamá a la que derrotaron por la mínima diferencia.
La Copa Oro realmente no tiene relevancia por ser un torneo regional que no aporta representatividad, ni despierta relevante rivalidad entre las aficiones de Concacaf.
De cualquier manera, el éxito cacareado por México en ese certamen fue un excelente pretexto para ratificar a Lozano que de interino pasó a titular y, según se dijo, como el encargado de conducir al conjunto tricolor al Mundial de T-MEC, de México, Estados Unidos y Canadá, en el 2026.
La experiencia previa indica que Jaime no llegará vivo a la máxima cita internacional. Pero su salida no debe provocar horror entre los aficionados. No hay quien dure mucho tiempo en el banquillo nacional.
Lo interesante será, en lo inmediato, ver si ante el inminente fracaso de México en la Copa América los federativos dejarán al Jimmy en el puesto, o lo defenestarán, como a todos sus predecesores para cargarle la responsabilidad de la que será, dentro de dos años, la decepción siguiente de los que han vuelto a ser ratones verdes.