Edmar Lacerda Silva, futbolista nacido en Brasil, llegó a Ucrania en el 2002, para firmar con el Tavriya Simferopol y, poco después, se casó con una señorita de Ucrania. Se naturalizó y posteriormente fichó con el Metalist Járkov, de la Liga Premier nacional. Con una nueva nacionalidad, ahora es Edmar Halovskyi de Lacerda, agregando al suyo el apellido de su esposa.
Después de años de estar en el país, el talentoso jugador fue reclutado por el Ejército para combatir contra Rusia, que constantemente acecha a su nación, buscando anexarse territorios.
No acudió al frente, pues echó mano a recursos legales para deslindarse de la responsabilidad. Entre otros argumentos dijo que si bien era ya naturalizado ucraniano, su residencia permanente estaba en Brasil.
El caso de Edmar, ya retirado del balompié, me hacer pensar en cuál es la utilidad para un jugador de abrazar una nueva bandera, cuando en su corazón sigue amando la que lo cobijó al nacer. O que no está dispuesto, como dicen los himnos nacionales, en ofrendar la vida por la patria.
Hasta qué punto, por motivos éticos, un nacionalizado debe estar del lado de la nación que lo acoge y qué tanto está obligado a darle a cambio.
La patria del futbol
El cambio de nacionalidad es un fenómeno recurrente entre futbolistas que juran lealtad a otro pais por motivos administrativos, laborales o prácticos. En el futbol mexicano cada vez hay más casos de jugadores que se ponen la verde, porque, para el entrenador en turno, tiene más talento que el resto de los jugadores que militan en la Liga MX.
En años recientes son recordados los nombres de Zinha, Chaco Jiménez, Gabriel Caballero, Matías Vuoso, Guille Franco. Todos ellos estuvieron en procesos mundialistas aunque pocos llegar a participar en la Copa, que fue para lo que los convocaron. Ninguno de ellos resultó la solución para el Tri.
Pero me pregunto hasta donde deben exigirse como mexicanos nuevos. O, más allá, pienso en otros jugadores de otras latitudes que cambian de país para obtener ventajas competitivas o, como dicen muchos de ellos, cumplir el sueño mundialista. ¿Deben darlo todo, incluso la vida, por el país?
El caso de Edmar parece que es el caso de un proceso migratorio motivado por la conveniencia. No digo que sea deshonesto, en lo absoluto, pues ni lo conozco, ni sé las circunstancias que rodearon su decisión para llegar a la ex república soviética. Pero está claro que, como sabía que no llegaría a la selección carioca, optó por ponerse la casaca azul y amarillo para buscar un boleto al mundial que no consiguió. La única Copa que ha disputado la selecta ucraniana es la de Alemania 2006 y no lo hizo mal, pues avanzó hasta cuartos de final.
Ahora ya se sabe que la vida se le transformó a Edmar después de que el Ejército nacional lo llamara en el 2014 a enlistarse para que combatiera en el ya añejo conflicto con Rusia, que busca anexarse territorios ocupados con ucranianos.
El jugador, sorprendido, declaró en esos días a la prensa local, que no sabía qué responder ante el llamado, pues lo único que sabía hacer era patear un balón y que no tenía ningún interés en cargar el fusil.
La Ley Marcial ucraniana obliga a todos los hombres de entre 18 y 60 años a enlistarse en casos de emergencia, como la que ocurrió recientemente en la invasión en 2022 de Rusia a franjas de terreno del oriente de Ucrania, la conocida como Guerra de Donbass, un conflicto que aún sigue y que ha dejado una triste cauda de miles de muertos.
Las notas periodísticas de la época señalan que la directiva del Metalist le ayudó a esquivar el servicio military a su estelar sudamericano. No se especifica cómo, tal vez pudo conseguirlo por ser futbolista y parte de una élite de privilegiados, o por contactos de los propietarios.
El caso es que cuando se retire del juego, hace cinco años, puso tierra de por medio, migró a Estados Unidos con su esposa y sus hijos y desde allá caza talentos.
Pero me deja pensando en qué tanta lealtad se debe al país nuevo. Me pregunto si tomar las armas para defender el suelo patrio donde uno no ha nacido, es una cuestión de temperamento, de honor o de obligación, para regresarle algo al pueblo que ha tenido la generosidad de darle espacio en su tierra.
No tengo respuesta. Lo cierto es que, en un dilema de esos, no es lo mismo comentarlo que vivirlo.