¡Puto!
En México, la expresión tiene más de una connotación. Cierto, es utilizada para denigrar a una persona. Quien llama a otro puto para ofenderlo, es porque desprecia a los homosexuales y asume que la persona que recibe la alusión debe sentirse lastimada, avergonzada o depreciada, porque el que es gay debe ser repudiado. Llamarle así a un hombre para insultarlo es una tontería. Aún existen personas que usan el calificativo de la peor manera, aunque la tendencia va a la baja. También se le puede llamar así a otra persona en forma amistosa. “¡Vente, puto, acompáñanos!”, le dice un amigo a otro en confianza, y el aludido no se ofende. Todo depende del tono.
Pasa más o menos lo mismo cuando a alguien lo llaman negro, en México. La expresión no es insultante. Todos tenemos un familiar, amigo, conocido, al que le dicen el negro, porque es moreno. Y no se ofende, por más oscuro que sea el color de su piel. El remoquete es, más bien, cariñoso.
El problema es cuando a estas expresiones se les saca de contexto, al retirarles el marco de referencia de la colorida cultura mexicana. Y eso es exactamente lo que ocurre con el grito homofóbico, inventado en México, difundido de forma organizada y cantarina en los estadios y llevado, más allá de las fronteras, por los seguidores del equipo Tricolor. En la Liga local se sabe que cuando los aficionados le gritan puto al arquero visitante, principalmente cuando despeja de puerta, no lo hacen considerando que es homosexual, o pretendiendo ofenderlo porque asumen que tiene atracción por los hombres. Es, más que nada, una expresión para hacerle notar que él no es su favorito, que los integrantes del gran coro no lo quieren a él, ni a su equipo. Es como si gritaran una anti porra, no para apoyar al equipo de casa, si no para pretender restarle simpatías al del club rival. Suena infantil, por supuesto, pero hay que ver que el futbol tiene esa gran parte lúdica, que remite a los a los fanáticos a la niñez. A fin de cuentas, como dicen los clásicos, el futbol es como dibujos animados para adultos.
El conflicto que genera este grito es de índole sociocultural. Fuera del país decir puto implica un retorcido juego semántico que mueve al insulto y al atropello de los derechos fundamentales. Es indispensable recordar que el futbol, a nivel asociado, debe ser motivo de unión. La FIFA está de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada en París en 1948, que habla de las garantías individuales y las atribuciones básicas de los seres humanos para su sana convivencia. Según esta lógica, el que dice puto insulta a los homosexuales. Eso, en el concierto universal de voces por la igualdad, es intolerable. A nadie se le puede discriminar por su sexo. El balompié mexicano está ceñido al sistema federado y, por lo tanto, debe asumir esas reglas y regirse por esos principios de convivencia fraterna. Por eso, la afición, por más ranchera que se sienta, debe entender que el reproche al grito va más allá a las reglas que impone la sociedad mexicana, tan jaranera y alegre, que puede tomarse esas libertades en la convivencia comunitaria, en la que decirse puto no es tan grave.
México no es una isla y lo que aquí se hace trasciende, y más en el escenario global del balompié organizado en el que, para bien o para mal, con o sin nivel, el Tri es un animador permanente.
La afición debe pagar con civilidad el derecho de conectarse con el resto del planeta en el deporte más popular de todos. No es un precio muy alto. Dejar de putear al rival no cuesta nada y hará que los estadios se armonicen con la afición de los demás países avanzados, que están de acuerdo en reprochar a los que incordian a las personas LGBTQ.
Y no es que en México se les desprecie a través del grito, pero, para su mala fortuna, así se entiende en el orbe.
Lo que queda es que los que se divertían motejando al rival se resignen, porque se les acabó esa parte de la fiesta. Puede ser un llamado ingenuo a la comprensión de la banda en la tribuna, pero parece la única solución.
Y verán que cuando la expresión sea erradicada, esos mismos gritones habrán avanzado hacia un punto más elevado de la espiritualidad, y estarán próximos a adaptarse, con mayor educación, a la gran comunidad que interactúa en la aldea global.