El Negrito conoce el enorme valor que el sufrimiento bien llevado puede añadirle al presente. Lo encontró una de mis mejores amigas mientras corríamos en San Nicolás de los Garza, lo vio desvanecerse y de inmediato se bajó de su auto para auxiliarlo.
Era el último de una fila de gatitos que cruzaban la calle. Mi amiga, como tiene otros gatos, me pidió que lo cuidara unos días. No estaba seguro de hacerlo, pero acepté. Pensé que pronto se aliviaría y podría entregarlo a alguien más.
A pesar de que haber sido atendido por un veterinario, no comía, ni tomaba agua, y de pronto se desvaneció. Me recomendaron llevarlo un hospital para mascotas donde quizá podían ayudarlo. Temí que ya no se pudiera hacer más por él.
De inmediato le hicieron distintos exámenes para descartar alguna enfermedad mortal. Por fortuna, sólo era un virus lo que tenía, pero hubo que internarlo. Cuando fui a recogerlo, estaba mucho mejor.
Entonces pensé que la mejor decisión era quedármelo, porque no me gustaría tener la incertidumbre de cómo lo trataría alguien más, después del esfuerzo que había representado sacarlo adelante. Ya en la casa, al principio se escondía detrás de los muebles, pero poco a poco empezó a salir.
En el cuarto donde lo alojé hay una puerta de cristal, a través del cual al irme por la mañana a trabajar, se me queda viendo fijamente hasta que me pierdo en su horizonte. Y al abrir la puerta al regresar, lo primero que veo son sus ojos negros mirándome fijamente de nuevo a través del cristal, como si estuviera esperándome.
Han pasado más de dos años. Y el Negrito sigue ahí, pocas veces maúlla para pedir algo, pero me sigue a dónde quiera voy en la casa.
Si me siento en un lado, cuando acuerdo ya está ahí, sin hacer ningún ruido, echado a junto a mí; me voy a otra parte, y de pronto ya está otra vez sentado a mi lado.
Me gusta corresponderle colocando mi mano sobre su lomo por largo rato mientras veo televisión o leo un libro, sé que eso le gusta, y al mismo tiempo le basta.
El Negrito y yo sabemos el valor del sufrimiento, el sufrimiento que curte para disfrutar y valorar el presente y el futuro. Quizá no tenga mucho que ver. Pero me recuerda a los aficionados de Tigres y Rayados, que sufrieron años viendo a sus equipos fracasar, incluso, descendiendo o salvándose de milagro de irse a la Segunda División.
Hoy ellos valoran el gran momento que vive el futbol regio, por todo el sufrimiento que les ha costado llegar hasta ahí.
Me pregunto también por los nuevos aficionados de Tigres y Rayados, que sólo los han visto desde el 2009 para acá, los que han nacido en pañales de seda, por decirlo así, los que no sufrieron las épocas de las vacas flacas.
¿Valorarán todo lo que costó llegar hasta acá?