La FIFA recientemente publicó un laudo novedoso en el que modifica los movimientos de los porteros en la cabaña durante la ejecución de un tiro de penal.
Me entero, con enorme angustia, que en la136 asamblea de la International Football Asosiation Board (IFAB) celebrada en Doha, el organismo que determina las reglas para el buen juego de nuestro deporte acaba de prohibir a partir del 1 de julio los “movimientos exagerados” de los arqueros durante el cobro de la pena máxima. Ahora deben mantener los dos pies sobre la línea al momento del cobro, con la salvedad de que pueden poner uno detrás de la línea, si acaso.
La enmienda reglamentaria trae dedicatoria directa. Los lores del organismo regulador observaron con disgusto cómo, en muerte súbita, el portero de Australia, Andrew Redmayne detuvo un solo penalty al cobrador de Perú, Alex Valera, con lo que los socceroos agarraron su boleto para el mundial de Qatar 2022.
Para unos, su desempeño fue el de un payaso, pero para otros, los de su país, el de prócer.
El juego de repechaje, celebrado el 13 de junio en el estadio Al Rayyan en Qatar terminó en tiempo reglamentario con empate sin goles y se fue a tiempos extras, donde las escuadras tampoco se hicieron daño. Sin embargo, cuando el alargue agonizaba, el entrenador de los oceánicos, Graham Arnold sacó al arquero titular Mathew Ryan e hizo que ingresara Redmayne, supuesto especialista en detener penales.
Luego empezó la tanda donde no ocurrió nada extraordinario. Pedro Gallese, arquero de los incas, detuvo el primero de la tanda. Intuyó el disparo de Boyle y lo atajó lanzándose a su derecha. Luego correspondió el turno a Perú y comenzó el show de Redmayne. Hay qué decir que fue una exhibición vistosa, estrafalaria y hasta ridícula. Segundos antes del cobro de Lapadula, el barbudo guardavalla se movió sobre la línea, manoteando como un mono de cuerda de brazos extendidos, y alzando vistosamente las piernas, hacia los lados, como una marioneta de hilos, manejada por un titiritero impetuoso. De nada sirvió, porque el tiro fue impecable, como un escopetazo que agujero la puerta al lado contrario del lance. Antes del segundo cobro, el silbante esloveno, Slavco Vincic le llamó la atención al meta de los canguros. Le pidió que se mantuviera sobre la raya, como ordenan los cánones. Callens disparó sin titubeos y anotó.
Australia no volvió a fallar. A la tercera ronda, Advíncula erró, estrellando la bola en el madero derecho. El portero no la tocó. Los cartones se igualaban.
En cada disparo, Redmayne se movía como un saltimbanqui. Y no lo digo con desprecio, si no con precisión. Parecía un cirquero que quería llamar la atención de los niños, con movimientos descontrolados, que pretendían ser atractivos, simpáticos, graciosos para el deleite de la concurrencia.
Luego ocurrió el desenlace. En la sexta ronda, ante el espectáculo bufo del portero, Valera cobró pésimo, abajo y por el centro, cargado a la derecha. Andrew desmayó el cuerpo y con los guantes contuvo la ejecución y le dio el boleto a Australia para la cita de noviembre en el Golfo Pérsico.
Cierto, el show del australiano fue un espectáculo del esperpento. Pero le funcionó. Utilizó lícitamente un arma más del repertorio, como los jugadores que hacen gambetas efectivas.
Redmayne utilizó una triquiñuela. Podemos suponer que desconcentró al tirador y eso hizo que lo atajara. Pero no podemos suponer que le funcionará siempre, o que su exhibición sea directa causa de sus aciertos. ¿Por qué no dejarlo que haga su show bajo la cabaña? No va en menoscabo del juego. Si acaso el que pierde la figura es él y el desdoro de su persona es propio y autoinfligido.
Es demasiado movimiento reglamentario para un solo jugador y una sola jugada. No es su culpa la mala ejecución de un disparo. Si hay un tirador eficaz, de sangre fría, ningún movimiento podrá mojarle la pólvora, menos por esa demostración excéntrica que puede desconcertar únicamente a los desprevenidos.