Antes del 2009 esta frase no tendría ningún sentido.
Pero para quienes han vivido toda una época a partir de aquel diciembre, tiene el poder de lo que los expertos en un neurolingüística llaman anclaje.
Anoche, cuando Katty Martínez apareció en el área para rematar un balón a la deriva en busca de la pierna que mejor supiera darle su lugar en la historia, se activó toda una serie de sensaciones que han estado ahí desde que Humberto Suazo marcó una referencia, un antes y un después en la historia de los Rayados.
El 26 es capaz de encerrar, en el corto espacio que ocupan dos números, toda una filosofía, de desencadenar todo un poder, como dice Antony Robbins en su libro Poder Sin Límites, donde un capítulo habla del poder de los anclajes.
Por ese poder Katty eligió el número del “Chupete” para colocarlo en su espalda.
Me encanta ver una foto del marchista Daniel Bautista en un libro editado sobre los medallistas mexicanos en la historia.
Allí, Daniel aparece en una competencia de caminata, pero no es eso lo que impacta, sino la imagen de una niña sobre la banqueta imitándolo, moviendo su cuerpo a la manera de los marchistas.
Ese es el poder de los ídolos y sus hazañas: Inspiran, sirven de guía para cumplir sueños.
Bautista, medallista de Oro en la prueba de los 20 kilómetros de Marcha en los Juegos Olímpicos de Montreal 76, seguro inspiró a muchos jóvenes y adultos durante esa época.
Anoche, en una noche fresca sobre la cancha del Estadio del Monterrey, vimos de nuevo el poder de la inspiración.
Apareció Katty Martínez sobre el minuto 96 para disparar en el área y mandar el balón de manera angustiosa a las redes.
Rayadas empataba 3-3 en el global un partido en el que llegó a estar abajo 3-0. La escena nos remontó a 15 años atrás, a una noche fría, lluviosa, congelante, de diciembre.
Aquella vez, Humberto Suazo otro jugador con el número 26 en la espalda, protagonizó una remontada épica, cuando guió a los Rayados a remontar una desventaja de 3-1, y salir con un 4-3 a favor en el partido de Ida de la Final ante Cruz Azul, en el Apertura 2009, y que Monterrey se coronara en la Vuelta, con una actuación magistral del goleador chileno.
Empezaba ese día una época dorada donde Suazo aparecería siempre en los momentos difíciles para guiar a los Rayados hacia otro título de Liga y tres coronas de la Liga de Campeones de la Concacaf, con sus respectivos boletos al Mundial de Clubes.
Nacía una referencia histórica, porque a partir de ahí las generaciones posteriores de jugadores rayados saben en los momentos difíciles, que antes de ellos alguien lo hizo.
Ese es el poder de la inspiración, esa es la definición más exacta de lo que significa ser referente, porque ese tipo de jugadores se vuelven una referencia en los momentos difíciles para encontrar el rumbo que de pronto pueda parecer perdido.
Ese referencia tocó también a quiénes eran niñas o niños y que crecieron sabiendo que ellos también podrían cumplir sueños y cargar sobre sus espaldas su propio número 26, cargado con el poder que da saber que alguien antes de ellos ya lo hizo.
Katty, era niña mientras su papá la llevaba al estadio, se inspiró en Humberto Suazo, cumplió un sueño de jugar en Rayadas y emuló a su ídolo, reviviendo anoche al equipo cuando todo parecía perdido.
Ese el poder del anclaje, de las referencias históricas, que no sería necesario escribir todo este texto para lograr que varias generaciones lo entendieran, bastaría con pronunciar dos cifras para desencadenar todo un cúmulo de emociones y guiar hacia a hazañas imposibles.
Bastaría con tocar las teclas de la emoción con estos dos dígitos: 26