En su libro “Vecinos distantes, un retrato de los mexicanos” (Joaquín Moritz-Planeta), el periodista Brasileño Alan Riding escribió: “el mexicano no es jugador de equipo: en los deportes sobresale en el boxeo, pero no en el futbol; en el tenis, pero no en el basquetbol. Le resulta difícil aceptar una ideología que exija congruencia estricta entre sus ideas y sus actos.” 36 años después de la publicación de Riding, sin quinto partido en un mundial, y dos humillaciones consecutivas a la selección mayor varonil de futbol en la eliminatoria para Qatar, bien harían los directivos en comenzar a ser congruentes y vivir en el presente.
La congelada que le dieron al equipo nacional en la ultima fecha FIFA del 2021 no solo puso en evidencia la edad, la falta de contundencia, el rígido esquema táctico y la ausencia de enjundia del equipo y su entrenador; el papelón norteamericano también exhibió la falta de criterio y visión institucional del área de selecciones nacionales de la Federación Mexicana de Futbol, que sigue con una velada, antigua posición medio nacionalista, medio convenenciera que se complementa con voces en medios que de tajo rechazan el reclutamiento de nacionalizados, y que en esencia no ha tomado ventaja de las oportunidades que la globalización le presenta con nuevas generaciones de jugadores binacionales y formados en el extranjero.
Si hay un deporte profesional que ha entendido, adoptado y fomentado la globalización en toda su extensión es el futbol profesional. Cualquier liga, desde Europa hasta Asia han aprovechado las facilidades que dan las comunicaciones instantáneas para lo mismo identificar jugadores al otro lado del mundo que ampliar sus aficionados en redes sociales; además, los tratados internacionales que facilitan movilidad y residencia entre regiones permiten contrataciones expeditas y alientan la doble ciudadanía. Igualmente, los formadores de talento especialmente en países desarrollados han sabido capitalizar la llegada de nuevos migrantes y primeras generaciones (hijos de padres extranjeros) para alimentar a las selecciones nacionales, como ha sido el caso de Canadá, Estados Unidos y Francia, por mencionar algunos. Ahora, como ha pasado recientemente con los Tigres, el PSG y los Lakers, la irrupción en el mundo del deporte de la criptomoneda también provocará transformaciones en la forma en la que se administra el negocio y a sus participantes.
Y mientras todo esto ocurre en la llamada aldea global, los federativos mexicanos y no pocos analistas no han terminado de ver el bosque por seguir concentrados en los árboles. Y es que la oportunidad para cambiar mentalidades y resultados está quizá mas cerca de lo que se cree, gracias a la globalización que ha facilitados a miles de familias mexicanas a emigrar al extranjero, por los motivos que sean, pero que al final terminan cambiando paradigmas individuales y familiares al exponerse a nuevas ideologías y formas de vivir dentro y fuera de la cancha.
Como es sabido, las selecciones juveniles menores de futbol han estado sacando la cara por el deporte, gracias en buena parte a que varios de sus jugadores son formados en el extranjero y atraídos al tricolor, no pocos por la oportunidad de reconectarse con la patria lejana. Evidentemente, los jugadores mexicoestadunidenses son la primera escala, pero hay varios jóvenes esparcidos por el mundo que tienen la capacidad para ser llamados a la selección azteca. En las olimpiadas de Tokio, el equipo nacional femenil de softbol fue integrado en su gran mayoría por jugadoras nacidas en los Estados Unidos con doble ciudadanía. Desde 2014 fueron detectadas y apoyadas por la federación hasta alcanzar – y perder- el juego por la medalla de bronce contra Canada en la primera participación azteca en ese deporte.
En al caso del futbol, bien harían los federativos en seguir buscando y atrayendo jugadores que vivan y entrenen fuera del país; mejor aún, que una vez que los traen a la selección, les permitan desarrollarse en sus países y los protejan de llegar a la inestable Liga MX, en donde bien es sabido de jóvenes que no reciben el apoyo en sus equipos para consolidarse y terminan desperdiciados, como si tuviéramos de material de sobra.
Otra ventaja que ofrece el traer y dejar crecer jugadores en el extranjero es quizá más importante que el resultado del juego mismo: es el cambio de mentalidad que se logra al romper con los paradigmas tradicionales, tal y como ocurrió cuando César Luis Menotti tomó a la selección mayor entre 1991 y 1992, produciendo una gran generación de jugadores, a los que les “cambió el chip” y de alguna manera puso la base para que México creciera futbolísticamente. Al reunir jugadores que vienen de países desarrollados que ven el deporte y la vida de una manera diferente, la falta de trabajo en equipo y la congruencia, eso que Alan Riding encontró y expuso de los mexicanos hace 36 años, deberán de ser eso, cosas del pasado.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y Maestrías en las Universidades de Toronto y York. Cuenta con 30 años de experiencia en periodismo, y ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá. Coautor de dos libros.