En cada época de la humanidad ha elegido un villano relevante: Judas, Atila el huno, Mussolini, Idi Amin, Al Capone.
En el futbol mexicano pasa lo mismo, y por esta vez era el traje de antihéroe ha sido confeccionado para Nahuel Guzmán.
Desde que Cuahutémoc Blanco simuló la micción del can en la portería del Celaya, y se acostó como una maja en cortos ante Lavolpe, ningún futbolista había concitado tantas tormentas como el arquero argentino de Tigres, que parece la dualidad del teatro: a uno les provoca risas y a otros, llanto.
Medio país lo odia, pero la rabia sí lo deja pensar que es un mal necesario. El resto reconoce la destreza que demuestra en el área. El futbol no tendría sabores picantes si no tuviera ocasión para festinar cada semana lo que llaman las payasadas del Patón, quien se ha convertido, pese a todo, en uno de los porteros mejores que han jugado en el circuito azteca.
La tribuna debe preparase, afilando cuchillos para atacarlo o cosechando rosas para reverenciarlo, porque está sábado está de regreso.
Desde la temporada pasada Nahuel Guzmán Palomeque fue enviado a Gulag, la penitenciaría donde eran remitidos los prisioneros de la Unión Soviética, sancionados por sus ideas subversivas. Estuvo en el hielo, entre trabajos forzados, durante once largos partidos como sanción de los jueces penitenciarios del balompié nacional, que lo encontraron culpable de haber utilizado un rayo láser, echándoselo a los ojos del portero de Rayados, en el Estadio BBVA en el Clásico Regio de la temporada pasada.
Durante el cumplimiento de la sentencia, Nahuel se recuperaba de una lesión. Pero ya ha curado las dolencias del cuerpo, del alma y de la disciplina. Vuelve Nahuel rehabilitado y entre juramentos de jamás incurrir, otra vez, en crímenes que ameriten sanciones tan severas.
Se le acusa al rosarino de protagonismo injustificado, como si él mismo se pusiera el mote de estrella. Es obvio que la gente lo quiere en el elenco de cada semana, ya sea como salvador o como cabeza de turco. En México había un actor que se llamaba Carlos López Moctezuma, que tenía cara de malvado y en las películas interpretaba tipos siempre bajos, de ínfima laya. Pero en la vida real, sus allegados señalaban que era el tipo más decente y bondadoso que había pisado los Estudios Churubusco.
Con una bipolaridad similar anda Guzmán haciendo el recorrido por las canchas de México. Llámenlo payaso, provocador, troglodita, levitador, delicado, excelso, crack, tronco. Cualquier calificativo superlaitvo o epíteto para denostarlo se le pueda ajustar, porque tiene una personalidad expansiva como una supernova que estalla.
Aunque sea odiado o venerado, Nahuel ha venido a cambiar la cara del futbol mexicano, desde que llegó en el 2014. En la actualidad, luego de una década y y cinco ligas conquistadas, no hay un jugador que provoque tantos contrapuntos, como el meta de la U, que levanta ventarrones en donde llega. Tiene 38 años y, por ser la puerta la posición más longeva del balompié, todavía mantiene el tanque cargado para seguir acumulando millas. Hay todavía Patón para otras tantas temporadas y se espera que mantenga ese fulgor que enfada a unos y fascina a otros, pero que llama la atención de todos por igual.
Bienvenido, Nahuel. Te extrañaba.