El reinado Lio Messi se ha prolongado durante casi dos décadas y, por lo que se ve, le ha llegado el tiempo de la jubilación.
Aún es una gran figura indiscutible del balompié internacional, y se mantiene como estelar en el Paris Saint-Germain (PSG) su segundo club, al que llegó, después de vincularse del Barcelona. Pero en su ánimo ya se le ven ojeras de agotamiento. Es pesado cargar, todo el tiempo, con un prestigio tamaño iceberg.
Estuvo el rosarino en el trepidante partido de la Champions, jugado el pasado martes 15 de marzo, en el Parque de los Príncipes, en la capital de Francia, contra el Real Madrid. El duelo era esperadísimo, pues se recuerdan las confrontaciones épicas que sostuvo ante los merengues, vestido de blaugrana. Fue duelo de ida de octavos de final de la Champions, que terminó con victoria de 1 -0 de los parisinos. El enfrentamiento se resolvió en el minuto 94, con una genialidad de su vertiginoso Kylian Mbappé a quien ahora todos, incluso él, deben reverenciar como la máxima figura del orbe.
Se le ve fatigado al argentino, aunque nadie puede culparlo de ello, pues ningún futbolista en la historia ha mantenido durante tanto tiempo el reinado como número uno. Ha sido monarca absoluto desde que debutó, en el 2004, hasta que dijo adiós a los catalanes en el 2021. Fueron tres lustros de platino con el Barcelona, club con el que ganó todo y a raudales. Diego Maradona, para establecer el parangón, estuvo en el trono desde el mundial de España 82, hasta el de Italia 90. Pelé brilló entre las copas de Suecia 58 y México 70.
Resulta extraño y hasta doloroso ver a Lionel errático a sus 34 años, como armador en el PSG. Está a meses de desatarse las agujetas para siempre, con el acostumbrado protagonismo extraviado. Sigue siendo el chico pícaro que bordea el área y con un movimiento rebasa las dos líneas que se le plantan enfrente, ya sea para colocarse en el perfil letal y soltar el escopetazo de izquierda, o para filtrar con estilete el pase preciso.
Pero ahora, en el equipo galo, en el que milita desde finales del año pasado, su silueta se desdibuja, como una imagen que se desvanece por el paso del tiempo. En esta pasada exhibición, cuando se esperaba que sacara chispas, reverdeciendo laureles, Lio se movió extraviado en la cancha, pues los compañeros ya no lo buscan sólo a él. Ahora le depositan la pelota a Mbappé, que se mueve como un demonio explosivo por las dos bandas.
Es extraño, ver a La Pulga como suplente. Era impensable con Pep Guardiola, quien lo consolidó en el Barza y lo preparó para cargar a cualquier equipo. Pero ahora, ha estado en dos ocasiones calentando el banco. Es como si el mejor corcel se quedara en el establo. Su rendimiento no ha sido el mejor. En los últimos cinco partidos ha anotado una vez y ha contribuido con tres asistencias. El técnico, Mauricio Pochettino, su compatriota, no ha tenido miramientos. Hay que tener agallas para sentar una inversión de ese calibre.
Es incómodo mencionar que en el juego contra los galácticos españoles erró un penal. Es mejor decir que se lo tiró como un bombón, a la izquierda de Courtois, que lo tiene bastante estudiado y se lo desvió con escasa exigencia. Mal inicio para iniciar una nueva etapa de enfrentamientos contra los archirrivales. Con los culés, los enfrentó en 45 ocasiones y vulneró su puerta 26 veces.
A diferencia de otras épocas más lustrosas y de júbilo mayor, el camisa 30 tiene poco que festejar en el balompié de Francia. Ha jugado en 20 ocasiones, y ha anotado en siete, con apenas dos en la Liga. En el papel se veía como una aplanadora el tridente formado por Messi, Mbappé y Neymar, pero este último ha sufrido con lesiones y a decir verdad, no tiene tamaño aún para orbitar con los históricos.
Lio Messi aún brilla, pero su fulgor ha disminuido. No se ve alegre con la camisa de rojo y azul. Tal vez es tiempo de prepararle una honrosa despedida. Cuando apegue la luz debería irse en medio de aplausos. Merece todos los honores.