Nuestras metas definen de manera muy concreta lo que queremos lograr ya sea a corto, mediano o largo plazo, en cualquier ámbito de nuestra vida, todos las tenemos y sabemos que trabajando de manera constante por ellas las alcanzaremos si o si algún día.
Se lee más sencillo de lo que en realidad es, porque en un inicio cuando recién elegimos la que será nuestra siguiente meta, empezamos por dirigir todo el esfuerzo y trabajo hacia ella, y se siente muy “fácil” porque nuestra fuerza de voluntad para hacerlo en este punto se encuentra en perfecto estado.
Pero a medida que pasan los días, semanas, meses y, quizá hasta años, esta fuerza motivadora que tenemos dentro de nosotros naturalmente se va desgastando poco a poco, incluso, llegando a desaparecer por completo alejándonos de lo que en un inicio nos planteamos alcanzar.
¿Por qué nos pasa esto? Es normal perder la motivación cuando las cosas comienzan a complicarse, y muchas veces pasa que tropezamos una y otra y otra vez, generándonos un sentimiento de frustración y desesperanza.
Cuando me lesioné en el año 2020, en un inicio creí que sería algo sencillo como otras veces, cuestión de 4 a 6 semanas para volver a correr normalmente, definitivamente no tenía idea de lo que me esperaba esa vez.
Inicié terapias para rehabilitarme y continué entrenando los ejercicios que me eran permitidos, optimista de que mi recuperación sería oportuna, y alcanzaría a entrenarme para los maratones de invierno, aunque ese año fueran a realizarse de manera virtual.
Cuando intento regresar a mi “normalidad” corredora me encuentro con la desagradable sensación de que algo sigue sin estar bien, y me veo obligada a parar de nuevo, vuelvo a la rehabilitación y esto viene seguido de más medicamento, un par de infiltraciones y descanso total de la actividad física.
Esto ya me dejaba fuera de toda posibilidad de correr un maratón en invierno, cosa que me afectó anímicamente bastante, pero seguí intentando recuperarme lo antes posible.
Esto siguió así a lo largo del año 2021, intentar regresar, sentir que seguía sin sanarse la lesión, de nuevo parar, rehabilitar y volver a empezar, hasta que finalmente tuve que optar por una cirugía que al día de hoy me ha ayudado a continuar corriendo, aún estoy dentro de ese proceso.
Si bien mi meta no ha cambiado, la cual es volver a correr como antes y sin dolor, si ha sido por momentos muy difícil tener que esperar a que esto suceda, mental y anímicamente me he derrumbado muchas veces durante estos dos años.
Tuve que aceptar que no siempre las metas tienen fecha límite, que debo ser flexible, todo con el objetivo de no rendirme, prefiero esperar a renunciar, aprendí qué hay cosas que por más quiera tener en control simplemente no se puede.
Aprender a adaptarnos a los cambios es difícil, si, pero el ser de esta manera nos hace sobreponernos a cualquier situación que estemos atravesando y así no perder de vista nunca nuestros objetivos.