Observo con fascinación y mucho horror cómo la inteligencia artificial ha comenzado a adentrarse discretamente en el futbol profesional. En la toma de decisiones de los equipos, que antes correspondían, por entero, a la sensibilidad del entrenador, la tecnología se va deslizando lentamente para tomar su lugar en la mesa directiva de los clubes.
Parece ser que la IA es lo suficientemente inteligente para no hacerse notar, por ahora, como un potencial protagonista de nuestro querido deporte, que se ha tecnificado de diferentes maneras, sin haberlo apenas advertido. Pudiera ser que, como el perverso HAL 9000, inadvertidamente un día tomará el control del balón y será demasiado tarde, cuando protesten los dueños de los equipos.
El mundo ha celebrado la primera intromisión de los robots en el juego mediante el VAR (Asistente arbitral de video), el dispositivo en el que un conjunto de cámaras se han covertido auxiliares del árbitro, para que tome decisiones más justas y evite que los partidos se decidían por pifias costosas de los colegiados que, en ocasiones, han cobrado alguna copa del mundo. Recordemos el gol fantasma que marcó Inglaterra a Alemania en la final de la Copa donde eran anfitriones, en 1966. La pelota que disparó Geoff Hurst mordió la línea de meta, sin rebasarla por completo, pero el árbitro lo dio por bueno. Los británicos vencieron en tiempos extras a los teutones 4-2. Con auxilio del VAR el gol hubiera sido anulado.
Parece ser que ha caído bien un poco de ayuda tecnológica a los árbitros.
Pero, en cambio, veo con recelo que los entrenadores comiencen a tomar decisiones basados en el algoritmo.
No hay todavía estudios consolidados sobre la influencia de las herramientas digitales en el juego. Oliver López, experto en soluciones tecnológicas y en procesos digitales en el deporte, ha echado un vistazo al abismo tenebroso que nos espera. De acuerdo a sus análisis, los equipos más pudientes del planeta ya tienen un departamento de análisis que escanea a los rivales y los desviste con radiografías de sus potencialidades. Al saltar a la cancha, se conocen ya los antecedentes y presentes de cada jugador que enfrentará el once. Pero también en el caso de visitas, se analizan temperatura del ambiente, condiciones atmosféricas en general, altitud, orografía y demás condicionantes sobre el desempeño del conjunto.
Hemos visto que los jugadores ya comienzan a acostumbrarse al uso de petos o brasieres, como se le conoce a esas prendas negras que se colocan como camisola íntima, en la que va oculto un dispositivo con el chip que registra el rendimiento del jugador.
Hay que aprovechar la captación y procesamiento de datos. En ciudades de aire adelgazado, y de mayor cansancio, se dispone que participen jugadores más jóvenes que se agotan menos. Los arqueros deben estar más prevenidos en condiciones de vientos cambiantes, que pueden ser identificables por los jugadores anfitriones, lo que les daría una ventaja.
Lentamente va ganando su lugar el algoritmo misterioso en la estrategia de juego. Ya no habrá más aquella sesión de pizarrón que se hablaba entre semana, con un director técnico que, conocedor del oficio, podía identificar debilidades y fortalezas del siguiente contrincante y hacía un plan para contrarrestar su fuego y ahogar sus ataques.
Lo que se ve, en el horizonte ominoso, es que ahora el entrenador se auxiliará de un especialista en estadística que le soplará a la oreja resultados de un programa de computador avanzado, un Chat GPT deportivo que le dirá cuáles son las variantes que puede elegir para obtener mejores resultados, de acuerdo a las características del oponente, con las que se ha alimentado una hoja de cálculo digital que mide posibilidades de éxito.
El campeonato no dependerá de la gambeta del atacante, sino de un dictado que emergió de una pantalla de plasma.
¿Qué sigue?
He visto algunas películas distópicas, en las que los boxeadores tienen a robots como avatares que, en cabinas remotas, absorben los golpes mecánicos en un ring.
Ya no riñen los pugilistas si no dos mastodontes de acero que juegan a arrancarse la cabeza a puñetazos.
Me niego a pensar que ahora el futbol será virtual. Que en lugar de jugadores veamos desde la tribuna hologramas. O que, en el peor de los casos, androides humanoides se encarguen de pasarse la pelota, tal vez con una gran maestría y con una precisión que no pueden conseguir los jugadores de acuerdo a los estándares actuales.
Espero no vivir lo suficiente para verlo. Quiero pensar que no ocurrirá.
Pero si eso pasa, si el futuro nos alcanza de esa peor manera, anhelo que los aficionados nos demos cuenta a tiempo de que podríamos ver un futbol perfecto, pero sin alma.
Y, como cualquier fan sabe, el futbol sin corazón no sirve de nada.