Juanito despertó espantado en medio de la noche.
Había tenido una pesadilla en la que regresaba a un mundo raro del creía haberse escapado.
Una tierra en donde era atacado por los ratones verdes que intentaban devorar su autoestima.
Allí, en ese mundo, habitaban otros monstruos, como el Síndrome del Jamaicón, un alienígena que si llegaba a apoderarse de tus sentidos te contagiaba de una nostalgia profunda que te robaba la capacidad de explorar otros mundos.
En ese mundo raro se hablaba del trauma del quinto partido, una especie de ilusión obsesiva por una meta que sólo revelaba nuestros miedos.
Allí también, en ese mundo, la gente se ilusionaba y aplaudía a sus héroes por ganar una especie de victorias ilusiorias a la que le llamaban partidos moleros.
En ese mundo raro también aparecía el complejo de la malinche, ese en donde se cree que las respuestas las tienen quienes vienen de fuera.
Antes de caer en ese sueño profundo la realidad era otra. Había encontrado su identidad, por fin creía haber alcanzado la madurez para dejar atrás la adolescencia.
En esa nueva etapa de su vida había aprendido a ser él, sin comparaciones, sin buscar ser como otros, creer en sí mismo, en sus capacidades.
En otras palabras, había encontrado su identidad, y se había dado cuenta de que sí vivía a de acuerdo a esa identidad podría vivir mejor y cumplir sus sueños.
Había entendido de que si no era tan alto ni tan fuerte, debía atender a su naturaleza individual de resistencia y picardía, y también a la solidaridad de su raza.
El roce con sociedades sudamericanas le había despertado el instinto competitivo, el carácter y la rebeldía, para alcanzar objetivos que ni en sueños creía posibles.
Pero en esa pesadilla habían regresado los fantasmas, aquellos monstruos que le atormentaban y que le hacían volver a ver en el espejo un rostro que creía haber dejado atrás.
Despertó y entonces no supo encontrar dónde terminaba la pesadilla y en dónde comenzaba la realidad.