El oficio de los Tigres, como muchas otras cosas en la vida, se coció a fuego lento entre fracaso y el dolor, colectivo e individual. La frase es trillada, pero cierta, de que ningún capitán se hizo en aguas tranquilas.
Un proceso que nadie desea vivir, que nadie disfruta, pero que es necesario para templar la mente y endurecer, en el buen sentido, el corazón.
Me temo pensar que al dejar ir a Raymundo Fulgencio, los Tigres están dejando ir a un activo que se había graduado en la escuela de la desgracia, una experiencia que ahora podría poner al servicio del equipo.
De esta forma se preparan los grandes personajes para las grandes conquistas. Los Tigres podrían haber estado preparando a un jugador, para que los frutos ahora los recoja el Atlas. Quizá no, pero quizá sí.
Esta reflexión surgió de una conversación con Rubén Romero, periodista especialista en el deporte del maratón, pero también (pocos lo saben), especialista en recursos humanos, cargo que ha ocupado en varias empresas importantes de la Ciudad y del País.
“Por la forma en que estaba llorando (Fulgencio), te aseguro que no lo vuelve a hacer (hacerse expulsar de esa manera)”, me dijo Romero.
Y sí. A nivel colectivo, estos Tigres maestros de los escenarios (casi siempre), son producto de un descenso, y de tres finales perdidas (ante Pachuca dos veces, y una ante América), antes de dar el salto definitivo hacia la élite de la Liga MX.
Obvio es que no todos los jugadores vivieron este crisol de experiencias, pero el sentido colectivo van pasando de generación a generación.
El corazón endurecido y la mente templada fueron también producto de aquellas derrotas en las Finales de la Copa Libertadores y el Mundial de Clubes.
Además, quien se cae en Tigres tiene a toda una gama de líderes en quien apoyarse para recuperar la estabilidad.
La desgracia que representó hacerse expulsar de manera ingenua en la Final ante el América y con ello cambiar el rumbo de duelo que estaba para cualquiera, podría haber sido la graduación de Fulgencio.