De acuerdo a la famosa pirámide de necesidades humanas elaborada en los 1943 por el sociólogo Abraham Maslow, existen cinco categorías que cada persona requiere satisfacer para alcanzar la realización, o lograr ser lo que se quiera ser en la vida. Guste o no guste, una buena parte de la magia que hace del futbol profesional el deporte más popular en el mundo es precisamente la ingeniosa estructura del negocio, que en cada partido se despliega para saciar por 90 minutos varias de esas cosas que inconscientemente nos alegran y motivan el alma.
Independientemente del resultado del juego, el partido de la jornada donde juega nuestro equipo cumple con la necesidad fisiológica de descanso. Si se asiste al estadio, la categoría de la seguridad se refuerza al contar con una fuente de ingresos que da el dinero para pagar un boleto y demás bebidas y botanas; si se ve por la televisión o computadora el efecto es similar, ya que el tener una casa y una televisión o computadora con acceso a internet, se satisface la necesidad de tener propiedad privada.
La necesidad de afiliación es más que evidente. Los seres humanos requerimos de interacciones sociales e íntimas que sin duda en buena parte se satisfacen gracias al futbol profesional, y Monterrey es una enorme prueba viviente de ello. Gracias a mi carrera profesional he tenido la oportunidad de vivir y viajar fuera de México, y en mi experiencia los regiomontanos son únicos en la lealtad, la asociación e interacción social que generan Tigres y Rayados.
En la intimidad también el futbol influye: diferentes estudios realizados en países como Sudáfrica, Alemania y e Islandia han encontrado que sus tazas de nacimientos aumentan nueve meses después de la realización de un Mundial y la Eurocopa, particularmente cuando la selección local hace un buen torneo.
Desafortunadamente, lo que pasó en el estadio de Querétaro y en el hotel de concentración de las Chivas en CDMX nos recuerda que también existe la afiliación para hacer el mal, que quizá para algunos inadaptados es eso, la generación de violencia y la destrucción, su forma de satisfacer esa necesidad.
El cuarto nivel de la pirámide de Maslow es el reconocimiento, o la necesidad que se tiene de confianza, respeto, éxito y autoestima. Aquí, el resultado del partido influye para bien o para mal en el ánimo de los aficionados, lo cual se vale y se entiende.
Lastimosamente, en países con tantas desigualdades como México, el futbol a veces se convierte en una especie de “salvavidas emocional colectivo” donde el éxito ajeno es apropiado porque para muchos puede que sea lo único accesible en un mundo que les ha negado toda posibilidad de realización personal. Como en la fertilidad y su relación con el futbol, existen estudios que estiman una relación entre mundiales y eurocopas con indicadores de suicidios.
Peor aún, la explosión en casinos y sitios de apuestas, acompañados de la escalofriante permisividad -o incluso complacencia- que los dirigentes del futbol mexicano les han dado para inundar con comerciales y patrocinios a los equipos y selección, no anticipa buenas cuentas en el futuro, ya que indicadores alertan sobre la alta incidencia de suicidios entre personas con problemas de adicción por las apuestas. Incluso sin llegar al extremo, los niveles de deuda que reportan los apostadores son mucho más elevados, con las consecuencias personales y familiares que se arrastran por ese comportamiento.
En esta interacción emocional con el futbol no se puede hacer a un lado la bipolaridad que se vive en el campeonato mexicano, en donde un fin de semana el líder pierde con el 15, y a la siguiente jornada el 15 es goleado por el último lugar. Esa montaña rusa que cada cuatro años se amplifica con la selección nacional en el mundial seguramente provocará efectos entre la sociedad, que se comenzarán a ver en el cierre del campeonato, el repechaje y la liguilla.
Preparémonos, pues, porque se viene lo más intenso.