Son apenas un puntito en el mapa mundi. Se trata de países pequeños o de poco fama en el concierto de las naciones. Por eso muchos aficionados a la Eurocopa 2024 no los ubican en la geografía de los 27 integrantes de la Unión Europea. Y, sin embargo, algunos de ello dieron mucho de qué hablar positivamente en cuanto al deporte de masas, pues sus selecciones se lucieron en partidos de mucha competencia, frente a rivales de los llamados “grandes”. Así, queda para la historia la participación de Albania y no se diga de Eslovaquia, de Eslovenia e inclusive Ucrania, azotada por las bombas que le siguen llegando desde Moscú en una guerra desigual desde hace más de dos años. ¿Y qué decir de Georgia que tuvo bajo las cuerdas por un rato a España, con un juego vertical y entretenido el domingo 30 de junio?
Ante esas circunstancias, no tiene uno más que preguntarse ¿cuándo aprendieron a competir a ese nivel, en una forma tan rápida? Está bien que el futbol soccer de ha vuelto la droga de los últimos tiempos en todas partes. Y eso levanta la animación de muchos niños y niñas que sueñan con jugar “a las patadas” en cualquier terreno. Así, una buena organización directiva obtiene magníficos logros desde temprana edad desde la escuela, trátese de pueblos ignorados de África o Asia y no se diga de ciudades pequeñas de otros continentes. El trabajo, iniciado en buen momento, tarde o temprano da frutos. Más todavía si se logran intercambios que hacen valer la calidad de los mejores, sin importar la nacionalidad.
Es lo que debiera aprender nuestro futbol mexicano. Primero, mentalizarse de que ya no es el gigante de Concacaf. Que los más humildes de la zona ya crecieron y se superaron para ponerse al tú por tú con sus rivales de este espacio y de otros lares. Que consentir de más en lo económicos y lujos a los futbolistas los vuelve conformistas y se deschabetan muchos de ellos. Que los directivos hagan alianzas para sus propios intereses y no los del deporte multitudinario, a la larga no deja mucho de avance en la liga local. Y que la llegada indiscriminada de extranjeros, por reparto de dinero en el camino o por amiguismo, tarde o temprano mina las esperanzas de buenas figuras que abundan en los llanos o en clubes amateures, porque se les cierran las puertas sin un plan de competencia con algunos “troncos” advenedizos, por los que se pagan fuertes sumas de dólares.
Eso es lo que también debemos aprender de la Copa América 2024. Que hace falta revitalizar las escuelas desde abajo y dar seguimiento a prospectos que van subiendo de nivel. Y que no es tan buen plan eliminar el ascenso a la Primera División porque se pierde el estímulo para el crecimiento de los que luchan desde la división de acenso, para nada, en cuanto a competencia y esperanza de ser tomados en cuenta por sus méritos en la cancha.
Esa lección no ha de borrarse de un plumazo con los gritos de las reseñas televisivas en el inicio del nuevo torneo. Porque no es posible quedarnos de brazos cruzados ante el fracaso de los nuevos “ratoncitos verdes” que metieron un solo gol en tres partidos. Ni hay que dejar de reconocer cómo Jamaica va para arriba en su futbol y Canadá ni se diga, mientras que Estados Unidos ya no se asusta con el fantasma tricolor, como hace años ocurría, porque apenas estaban echando a volar su liga interna. También en esta Copa América conocimos la realidad de Venezuela, tantas veces humillada en las canchas por ser uno de los patitos feos de Sudamérica, como lo sigue siendo Perú y Bolivia. Ahí está la tarea para los dirigentes que se sientan buenos para llevar nuestro futbol representativo a buen puerto.