Cuando abordo con alumnos el tema de transgénero deportivo en mi clase de Sociología del Deporte en la Facultad de Organización Deportiva, en la UANL, el debate suele ser controversial y acalorado.
Los alumnos intentan abarcar todos los conceptos posibles en torno al tema para encontrar una solución que satisfaga a todas las partes.
De este modo se profundiza en los aspectos anatómicos, fisiológicos, de las capacidades físicas y coordinativas, sobre aspectos legales y de derechos humanos, situaciones sociales, políticas, económicas y de mercado, y por supuesto las tendencias que nos llegan de todos lados, tanto para hombres como para mujeres.
La gran mayoría de los estudiantes está de acuerdo en que sí existe en el deporte una superioridad física cuando el hombre pasa a ser mujer, por mucho que se “hormonee”. Y también son consientes de que, cuando la mujer pasa a ser hombre, no tendrá grandes repercusiones en cuestión de resultados satisfactorios.
Tras largos alegatos, los alumnos, de sexto semestre, encuentran una práctica salida al conflicto y suele ser la creación a una rama especial para el caso, que en realidad serían dos ramas: la transgénero femenino (hombre que cambia a mujer) y la transgénero masculino.
La propuesta, sin embargo, se refuta casi inmediatamente, porque para algunos el hecho de crear nuevas ramas sería un acto discriminatorio, lo que atentaría contra los Principios de la Carta Olímpica.
Cuando pensamos que ya todo pudo haber quedado resuelto surge la intriga: ¿convendrá a los organismos deportivos, marcas publicitarias y patrocinadoras, y gobiernos, invertir tiempo, dinero y esfuerzo si no se reúne la cantidad de transgéneros que hagan atractivo un evento deportivo?
Y aquí es donde la puerca tuerce el rabo, porque después de todo los casos transgénero en el deporte éstos no se han presentado en todos los deportes ni tampoco por miles, como los miles de mujeres y hombres que compiten en los JJ.OO.
Mis alumnos están en proceso de formación profesional. La mayoría practica deporte, unos de forma competitiva y otros recreativamente. No tienen la experiencia de quienes dirigen el Olimpismo ni de quienes están al frente de las federaciones deportivas internacionales, pero sus aseveraciones están en la línea del debate del deporte mundial.
Ellos tienen una base de conocimiento científico y técnico, y lo más importante de todo, tienen el sentido común que tiene toda persona sensata para distinguir entre las fortalezas y debilidades de un hombre y una mujer, por lo que saben que, en general, nunca deberá existir competencia entre géneros, al menos que sea en eventos mixtos.
La contundente misiva que en marzo lanzó la federación internacional de atletismo, World Athletics (WA), de no aceptar transgénero femenino y de revisar de forma excepcional casos de Desarrollo Sexual Diferente (DSD), fue tenida en cuenta por otros deportes.
Después de todo las nuevas restricciones de WA permiten la participación de hombres venidos a mujeres, siempre que su cambio haya sido antes de la pubertad, que su cantidad de testosterona en sangre está por debajo de 2.5 nanomoles por litro y que se haya mantenido así durante dos años.
Prácticamente son las reglas que contenía la Declaración de Estocolmo de 2004, con la que el Comité Olímpico Internacional reglamentó la participación de transgéneros en los JJ.OO., pero que luego se fueron relajando por presiones de grupos de derechos humanos (DD.HH.) y de movimientos de diversidad sexual.
Antes de lanzar su fallo WA consultó con especialistas médicos, abogados, atletas, entrenadores y representantes de grupos transgénero y de DD.HH.
Desde luego que al divulgar la decisión hubo críticas a la WA, pero fue más el reconocimiento de las mujeres que veían rebasada su integridad femenina por la participación de transgéneros femeninos.
Si dos deportes que representan la columna vertebral de los JJ.OO., atletismo y natación, ya volvieron a las reglas de antes, poco falta para que el resto de deportes deje de lado las sutilezas de un temeroso COI que se niega a tratar con firmeza el asunto, que ojo, nunca podrá ser cerrado, pero sí revisado cada cierto tiempo.
Y quizá también deba regresarse a la verificación de género, sobre todo el femenino, que había existido desde 1950 y que se desvaneció en 2016.