Por circunstancias de la vida he pasado los últimos 13 años de mi vida viviendo en Canadá, un país que, parafraseando al rapero Jay-Z, tiene 99 problemas, y el futbol no es uno de ellos. Quizá es por eso que, ante la buena posibilidad de calificar al mundial de Qatar, su selección avanza libre de esa losa patriotera que dependiendo del resultado transforma al país en carnaval o velorio.
Canadá es un país hermoso con un tejido social complejo. Una de esas es la manera en que sus 33.4 millones de habitantes interactuamos con un amplio abanico de deportes profesionales que va desde el futbol hasta el lacrosse. Y es que al ser este un país oficialmente bilingüe y con casi un tercio de su población nacida en otro país, las aficiones son diversas y se unifican regularmente solo durante eventos internacionales como las olimpiadas de verano e invierno y los playoffs de béisbol y basquetbol, donde solo existe un representante canadiense por liga.
En deportes como el hockey sobre hielo (NHL) y el futbol soccer (MLS) los regionalismos pesan mucho, tanto como en la política y la sociedad, tal y como quedó demostrado el año pasado cuando los Canadiens de Montreal jugaron y perdieron la final de la NHL. En los programas de análisis deportivos, uno de los temas más frecuentes en ese momento fue la representatividad nacional del equipo, y la ausencia de apoyo del resto del país; la misma conversación ha ocurrido en las dos finales de MLS jugadas por el Toronto FC, mas no así en el campeonato de la NBA de los Raptors en el 2019 y en los dramáticos playoffs jugados recientemente por los Blue Jays.
Ahora, cuando se juegan finales, los aficionados canadienses también pierden la cabeza, y feo. Afortunadamente para el futbol soccer, los funestos episodios han ocurrido en otros deportes, como en la final de hockey perdida por Vancouver en el 2011 y la de Montreal en el 2019, donde el vandalismo y la quema de patrullas fue constante. Otro incidente lamentable, aunque no relacionado con el resultado deportivo en sí, ocurrió en el desfile de campeonato de los Raptors en 2019, cuando una riña a balazos entre pandilleros causó una estampida en la plaza donde se festejaba la victoria en la NBA.
Como deporte organizado, el futbol soccer es el de mayor participación y más rápido desarrollo en el país. La federación canadiense reporta un millón de jugadores en activo y mil 200 clubes registrados que lo hacen el de mayor crecimiento a nivel nacional. Ese éxito se puede entender desde lo social y lo deportivo: además del porcentaje de inmigrantes residiendo en el país, existen los ciudadanos de primera y segunda generación, aquellos nacidos en Canadá de padres y/o abuelos inmigrantes que en interacciones inter-generacionales heredan filias y fobias por colores, equipos y jugadores. En Toronto, donde existe una extensa y ancestral presencia de las comunidades italiana y portuguesa, la Eurocopa y el mundial trastornan barrios donde se concentran esos grupos, lo cual se entiende por el nacionalismo heredado y enseñado que se transmite alrededor de la mesa familiar.
A nivel de clubes, las aficiones se esparcen ante la variedad, en especial entre los equipos ingleses que regularmente son transmitidos en televisión para complacer a una audiencia multicultural que habitualmente aplaude más a clubes y jugadores que a su selección varonil mayor de Canadá, incluso a pesar de su diversidad -siete jugadores nacieron fuera del país, 12 son primera generación y siete son segunda o mayor generación. Mientras el equipo canadiense no llegue al mundial seguirá sin cautivar al país entero como sucede en Latinoamérica, donde los equipos nacionales son patrimonio de la nación, objetos de culto y termómetros sociales.
Desde afuera del vestidor, parece que el no cargar con esa losa de “responsabilidad social” ha sido benéfico para los futbolistas canadienses a lo largo de la eliminatoria mundialista porque se juega con estadios casi llenos -COVID-, se aplaude y alienta, pero hasta allí. Al momento de redactar esta columna, junto con México eran los dos únicos equipos invictos en el octagonal, con empates de visitantes en Estados Unidos y en el Azteca. A diferencia del tricolor y los estadounidenses, cuyo peso moral es la expectativa generada por su amplia presencia en Europa, tanto afición como jugadores canadienses llevan el torneo muy de acuerdo a la tradicional mentalidad nacional de discreción y eficiencia. Se gana, bien. Se pierde, I´m sorry and move on.
La pasión es necesaria en el deporte, pero la estupidez jamás.
De remate: gracias a Hora Cero por permitirme regresar, así sea virtualmente, a la región que me formó como estudiante y periodista, hace muchos, muchos años.
Correo: luishnajera@gmail.com
@Najera13
Luis Horacio Nájera, periodista con 31 años de experiencia en coberturas deportivas y de investigación. Receptor de premios internacionales en Canadá y los Estados Unidos.