Como no podía ser de otra manera, los deportes-espectáculo-negocio han sido acaparados por el capitalismo salvaje. Por eso no es de extrañar que los clubes más populares del mundo se hayan entregado servilmente a la dictadura de los medios multimillonarios y de las marcas comerciales, a costa de la vergonzosa marginación de las clases más vulnerables. Sí, nadie ignora que esos grupos sociales desprotegidos no son tomados en cuenta para ser testigos presenciales de un partido de alto nivel por los precios superinflados de las entradas y los precios de lo que se vende durante el juego, que solamente pueden pagar los de buenos ingresos económicos o quienes comprometen su futuro con préstamos especiales o “tarjetazos” de plástico, bajo la supuesta promoción de “endéudese ahora y muérase después” y planes de “abonos fáciles y pagos difíciles”. Lo que sea, con tal de tener la “fortuna” de decir: “Yo lo vi. Yo estuve ahí”.
Eso pasa en todos los deportes-espectáculo-negocio y en todas partes. Pero lo he confirmado durante mi paso por Madrid y París, cabalmente por haber llegado justamente cuando en la capital española tenían lugar los juegos de los cuartos de final de la Champions League entre el Real Madrid que venía de perder 3-0 contra el Chelsea e hizo la hombrada de ganar 4-3 ante el alarido de sus seguidores que llenaron de bote en bote el estadio Santiago Bernabeu la noche del martes 12. Y el miércoles tuvo lugar la definición del cotejo entre el Atlético, dirigido por “El Cholo” Simeone, y el Manchester City bajo el mando de Pepe Guardiola. Decepcionante y todo el cero-cero que dejó fuera a los rojiblancos, como quiera el Estadio Metropolitano vivió un ambiente de fiesta, a la que se sumaron miles de aficionados en los alrededores del “Wanda”, solamente para hacer bola y escuchar el griterío y los rugidos provenientes del interior del inmueble.
Otra característica espectacular que ofrecen estos escenarios europeos, es la concurrencia multitudinaria que abarrota las tiendas oficiales en sus mismos estadios. Sin exagerar, puede decirse que el día de los partidos no cabe ni un alma y el desfile de compradores se prolonga metros y metros con distintas prendas y suvenires para pagar en las múltiples cajas que no se dan abasto en el registro de tarjetas de crédito o recibiendo euros en efectivo. Es un total negociazo. Y lo mismo me tocó presenciar en el edificio ubicado a un lado del estadio (horrible por cierto en su estructura exterior, colo cemento) del Paris Sant Germain. No había ni una camiseta especial del uniforme de Lio Messi. Imposible conseguirla en días porque como llegan, se venden.
Desde luego que este fenómeno se explica por sí solo, al tomar en cuenta que estos espacios son visitados por millones de visitantes llegados de todo el mundo, pues se trata de capitales con infinidad de atractivos que las tienen en el top-5 del turismo internacional. (Francia es líder mundial con 89 millones de turistas al año, y España es segundo lugar con 85 millones, seguidas de Estados Unidos y China). Así es que no es raro ver la demanda que ahí tiene lugar de todo tipo de fetiches que identifican a sus clubes más populares, y a veces, en medio de la euforia, sin que los compradores pongan reparo a los precios arbitrarios de todo lo que ahí se vende.
Pero hay otro filón de oro que los clubes europeos aprovechan: los recorridos o tours que se ofrecen durante los días que no hay partido. Y los precios varían: el boleto más caro lo oferta el Barcelona, pues un paseo por el interior de Camp Nou tiene un valor de 41 euros (algo así como 830 pesos mexicanos), mientras que el del Paris Saint German es el más barato: 13 euros (260 pesos). Entrar durante 30 minutos al Santiago Bernabeu cuesta 15 euros (320 pesos), algo parecido de lo que cobra el club Atlético de Madrid.
Todo deporte-espectáculo-negocio lleva el sello del capitalismo salvaje. No del capitalismo bondadoso, llamado también capitalismo humanista, que hace, de una u otra forma, que también sean partícipes las clases más necesitadas. No. Aquel se ensaña igual en el Super Tazón del Futbol Americano cada mes de febrero para arrancarles todo el dinero que puede a los que sueñan con saludar con su persona a los campeones e involucrarse en el show artístico de medio tiempo. Y ni qué decir de los Mundiales de Futbol y de los Juegos Olímpicos u otros eventos donde corren ríos de dinero de todo el planeta, sin que se escapen las actuaciones de artistas de renombre en escenarios de lujo. ¡Háganse a un lado los pobres, que esto no es para ustedes!
Sin embargo, en el futbol soccer padecemos la marginación dictada, igualmente, por la televisión, simple y sencillamente porque es la que más aporta para la supervivencia o lujos de los clubes. Si ya las marcas comerciales se aprovechan en los precios de sus artículos y productos, persiguiendo legalmente a los “piratas”, la pantalla casera, por ejemplo en México, también se excede a calificar como “premium” los sitios de transmisión de los mejores partidos o se los llevan a izzi, con tal de sacrificar inclusive a quienes pagan por una programación que no tiene la televisión de las masas. Así, al ser despreciadas éstas, la paradoja insultante es que el soccer, al ser considerado un deporte de masas por excelencia, ha pasado a ser un espectáculo para las élites. Y aunque la TV logre ciertos acercamientos con las clases humildes, a la hora que le place, las deja dependientes del resultado de un partido por otros medios tecnológicamente de modo y al que unos cuantos puede acceder.
De modo que ya sabrá usted cómo se irá a poner en Madrid el encontronazo el martes 3 de mayo entre los blancos de Carlo Ancelotti y el Manchester City de Pepe Guardiola para llegar a la Final del acreditado torneo, e inclusive el encuentro del Submarino del Villarreal versus el famoso Liverpool. El fanatismo está en todos lados y es el fervor de la gente y el pago de lo que le pongan enfrente a esos fanáticos, el que, después de todo, promueve que el capitalismo salvaje haga de las suyas en el rey del deporte-espectáculo-negocio. Aquí, en Europa y en China.