Al inicio de la pandemia me compré un micrófono con brazo ajustable y me decidí a iniciar un podcast. Con recursos tecnológicos muy, muy limitados pero mucho entusiasmo por la oportunidad que me daba el encierro, produje “Español: Un idioma, muchas ideas”.
Ante las limitaciones tecnológicas y hasta de presupuesto, el podcast fue simple: 15 minutos en los que se analizó un tema específico, acompañado por información verificada que apoyaba la presentación. Al principio se trataron temas de alguna manera relacionados con mis experiencias de vida como la migración, la familia, incluso la salud mental.
Después, el podcast evolucionó a un formato de análisis sobre eventos que cada semana ocurrieron en la región latinoamericana, desde el populismo de Bolsonaro en Brasil hasta la polémica deportación a México del general Cienfuegos, pasando por las protestas civiles y la represión oficial en Colombia tras la reforma tributaria.
Tengo un enorme respeto por el periodismo. Es lo que estudié y de lo que ha trabajado la mayor parte de mi vida adulta. Muchas cosas buenas y muchas cosas malas me han pasado a causa de mi decisión de ser y hacer periodismo con responsabilidad. Sin duda he cometido errores, y seguramente cometeré más en lo que venga. Desde mi educación universitaria aprendí a tratar a la audiencia con respeto, a no insultar la inteligencia comunitaria y a entregar productos de la mejor calidad posible con el objetivo de informar.
A las 13 semanas de que inicié con mi podcast, que se distribuyó en siete plataformas digitales de manera gratuita, la empresa que almacena en la nube los audios cambió la forma de monetizar, obligando a los productores a contar con residencia en los Estados Unidos y un número de seguro social de ese país. De otra manera, la forma de obtener ingresos por el podcast sería a través de suscripciones pagadas como lo hacen Netflix y Disney+. Al no tener yo una audiencia multitudinaria o entusiasmada lo suficiente para apostarle a mi proyecto con una cantidad mensual, decidí acabar con el podcast y eliminarlo de las plataformas.
En mi breve experiencia como creador de contenido aprendí algo sobre el mercado latinoamericano que consume contenidos digitales: ya sea por las crisis de inseguridad, económica o de gobierno que se viven desde México hasta la Patagonia, la mayoría de la gente quiere entretenimiento, no información. Las estrategias de polarización que han desarrollado las narrativas oficiales en la mayoría de los países de la región han funcionado, y ante la posibilidad que te dan las redes sociales y su voraz algoritmo -basado en el capitalismo de vigilancia electrónica- de recibir solo las voces que piensan igual, han creado burbujas de confort, consuelo y seguridad de pensamiento que son difíciles de romper para generar debates constructivos, que son la base de la democracia.
Por eso la audiencia quiere entretenerse, olvidar por un momento los desafíos diarios, reír con el pastelazo, el doble sentido, la cosificación de la mujer, la broma cruel o incluso la humillación con argumentos sesgados del otro que no piensa como yo. En esto se ha convertido una buena parte del periodismo deportivo, que como bien dijo alguna vez Christian Martinoli, se ha vuelto “payasismo” deportivo.
Y como en un circo de tres pistas, existen Multimedios, ESPN, FOX Deportes y Azteca Noreste con sus programas de futbol, gritería y polémica. Usted escoja la función que más lo entretenga.
Yo, mejor paso.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y maestrías en las Universidades de Toronto y York. Acumula 30 años de experiencia en periodismo, ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá y es coautor de cuatro libros.