El cúmulo de virtudes que distingue al deporte no lo exime del rosario de innumerables situaciones bochornosas.
Como todas las actividades de la sociedad, el deporte, sea de cualquier tipo y nivel, no está exento de la trampa, el engaño, el fraude, el acoso, el abuso, la violencia, la discriminación, el juego sucio.
La ética deportiva compete a todos los entes involucrados en el deporte: deportistas, entrenadores, representantes, funcionarios, patrocinadores, organizadores, medios de comunicación y aficionados.
Se considera que, quien juega limpio en la vida, generalmente juega limpio en el deporte. O viceversa. Empero no siempre es así.
Esta semana en EEUU las autoridades de la gimnasia y su comité olímpico acordaron el pago de 380 mill DLS para las víctimas del terrible médico Larry Nassar, quien faltó al Juramento Hipocrático y quebrantó sus funciones.
Según investigaciones, por lo menos 350 mujeres fueron abusadas por el médico, quien por fortuna ya cumple una condena de cadena perpetua por diversos ilícitos de orden sexual, todos con niñas y adolescentes, entre ellas Simone Biles que, de acuerdo con especialistas, ha sido la más grande gimnasta de la humanidad.
Recuerda en algo el caso de la también gimnasta Nadia Comaneci que, si bien no se trató de un asunto sexual, si de un acoso gubernamental al ser exigida al máximo por el obscuro régimen comunista de su país, que vendía sus actuaciones al mejor postor, como México, que a cambio de dos exhibiciones en el país le entregó a Rumania una fuerte dotación de tractores.
Los códigos de conducta pueden ayudar a paliar las actitudes de las personas. Sin embargo, el género humano termina por imponerse y en el momento menos esperado detona un descuido, una falta, un delito.
¿Porqué, en el caso del futbol, si habiendo reglas, tiene que la salir la autoridad a recordarle al futbolista que debe jugar limpio?
En el Olimpismo sucede lo mismo: a pesar de la existencia de la Carta Olímpica, en la apertura de los Juegos se invoca la Promesa Deportiva (antes llamado juramento) y que antiguamente existió solo para el deportista; luego surgió una para el árbitro y más tarde otra para el entrenador, quizá por las constantes faltas éticas de este o, viéndolo positivamente, por su importancia en el proceso formativo, que en teoría también debe ser educativo.
Todos los involucrados en el deporte tienen la obligación de actuar en apego a valores, los propios y los que las instituciones toman como suyos.
En el deporte de desarrollo, desde infantil a juvenil, es apremiante que los padres conozcan a los entrenadores y a otros profesionistas que estén alrededor de ellos y que, ante cualquier situación ajena a la mera acción deportiva, ponerse en alerta y actuar en caso necesario.
Tampoco hay que poner el grito en el cielo si el entrenador, por la naturaleza misma de un gesto deportivo que se busca perfeccionar, toca el cuerpo del deportista, ya que para todo hay formas y momentos. Hay valores entendidos. El deporte profesional o de élite cuenta con enormes recursos.
Eso hace que lo azoten intereses de todo tipo, que más de uno termina seducido y entonces no habrá códigos que valgan, sino leyes que sancionan; ojalá que siempre fueran tan severas como las aplicadas en el Caso Nassar.