En la primavera del 2009, la escritora y periodista Mexicana Alma Guillermoprieto definió la narcocultura como: “la producción de símbolos, rituales y artefactos como el slang, la música, ciertos ritos religiosos y artículos de consumo, que permiten a la gente involucrada en el tráfico de drogas el reconocerse a si mismos como parte de una comunidad, el establecer una jerarquía en la cual los actos que se les requiere participar adquieran valores positivos, y para absorber el terror inherente a su línea de trabajo.”
Tomando esta definición como base, que terrible es el reconocer que la cultura de la violencia del narco se ha infiltrado en la cultura deportiva regiomontana.
La forma burda con el uso de hieleras y recortes con caras de directivos y técnico en la que algunos seguidores de los Rayados protestaron grotescamente en Qatar y Monterrey por la fallida participación del equipo en el Mundial de Clubes debe ser reprobada por todos, incluyendo a los periodistas y analistas que simpatizan por conveniencia o por convicción con el equipo.
Eso no es motivo de gracia, mucho menos de apoyo. Monterrey está regresando a los días terribles de la guerra entre y contra el narco de hace años, y lo menos que se necesita es que en el futbol profesional, ese maravilloso psicólogo gratuito y masivo que facilita la relativamente sana liberación de stress cada semana (no hay que olvidar el consumo de alcohol), un grupo pequeño de trastornados arrastren sus delirios criminales a las gradas.
Existen formas mas originales e igualmente efectivas de manifestar desacuerdo y frustración con su equipo; una muy simple, no vayan al estadio en días de juego.
Que el visitante y sus aficionados sean local por uno o dos partidos y seguramente las cosas cambiarán. Recuerden que el silencio también duele, y mucho cuando se trata del deporte profesional.
La incorporación de elementos característicos de la “narcocultura” a la protesta deportiva cruza una línea que ya de por si se había contaminado con la influencia nefasta de las barras bravas predominantemente argentinas, que en muchos de los casos son auténticas organizaciones criminales que viven del futbol, tal y como la ha documentado extraordinariamente el periodista Gustavo Grabia.
Es lamentable que, a esa deleznable influencia adoptada desde el sur del continente, el hincha regio le haya incorporado el elemento narco para presionar a los dirigentes y jugadores del Monterrey.
Lastimosamente, los malos ejemplos suelen expandirse mas rápido que los buenos, por ello no sería raro que en otras ciudades comiencen a colocarse elementos similares de connotación criminal a las demandas públicas de mejores resultados deportivos.
Por ello, y hasta donde sea posible, quienes sean identificados como lo que colocaron esas hieleras deben de ser vetados de por vida de todos los estadios de futbol profesional. Los que dirigen las porras, grupos de animación o como se les diga, deben de hacer trabajo de liderazgo real entre sus afiliados para evitar nuevas protestas a lo narco.
Los periodistas-animadores tiene que hacer su parte y comportarse como profesionales de la comunicación y desalentar y denunciar públicamente actitudes como la de Qatar.
Los dirigentes, técnico y jugadores deben de hacer su trabajo en la cancha, donde como se comprobó en el mundial de clubes, el balón rueda parejo para los dos lados, pero se mete en la portería del equipo que mejor lo trata.
Por el bien de todas y todos, de adultos y sobre todo de niños, hay que proteger al deporte de la nefasta “narcocultura” que tanto daño ya le ha hecho a la sociedad mexicana.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y maestrías en las Universidades de Toronto y York. Acumula 30 años de experiencia en periodismo, ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá y es coautor de dos libros.