Antes de aprender a correr el ser humano aprendió a caminar. Los primeros pobladores de la Tierra utilizaron la locomoción humana como medio de desplazamiento, hasta que inventaron la rueda y las embarcaciones para deslizarse sobre embalses o en el mar.
Y no recorrían 5 ni 10 kilómetros, sus recorridos fueron tan largos que sirvieron para el poblamiento de lo que hoy es América, tras haber salido de Siberia, según diversas teorías que así lo afirman.
Ya en tiempos más cercanos, en los primeros años del siglo XX, existieron en Europa muchas pruebas de marcha, aunque extremas, porque se trataba de ir de una ciudad a otra, siendo muy comunes competencias de 500-600 km.
Sirva este escenario para entender que la marcha humana está ligada al hombre desde su creación y que sigue siendo el primer medio para recorrer distancias, mientras sea posible hacerlo a pie.
Bajo este contexto es inaceptable que la federación internacional de atletismo, llamada ahora World Athletics, haya eliminado del programa olímpico la añeja prueba de 50 km de marcha atlética o caminata.
Argumentó la autoridad mundial que la prueba carece de una real universalidad por el hecho de que son pocos países los que la desarrollan, sobre todo los 50 km femeninos, prueba relativamente nueva.
No es la primera vez que la federación internacional se deja ir contra la marcha. En Montreal 1976 eliminó del programa olímpico los 50 km, que porque las “altas” temperaturas que se esperaban en la sede pondrían en riesgo la salud de los atletas.
Sin embargo, en Los Ángeles 1984 la prueba se desarrolló sin ningún contratiempo, a pesar, ahí sí, de los 40 grados Celsius que predominaron en la parte final de la competencia.
Luego, las descalificaciones se volvieron el dolor de cabeza para la federación internacional. En Moscú 1980 los jueces sacaron a mexicanos, rusos y checos. En Seúl 1988 volvieron a ser notorias las tarjetas rojas, igual en Barcelona 1992 y en Atlanta 1996.
En Sidney 2000 fue lo mismo, pero con mayor crueldad y brutalidad. Recordemos el caso del mexicano Bernardo Segura, “ganador” de los 20 km, pero descalificado cuando ya había terminado el recorrido y daba en ese momento una entrevista a la TV mexicana.
Además, la justa australiana estuvo trastocada por los dramas de la marchadora italiana Elisabetta Perrone, quien siendo líder fue descalificada y que aun así se mantuvo en “competencia” por buen trecho hasta aceptar que su esfuerzo era en vano y terminó saliéndose de la ruta.
Jane Saville, de Australia, y quien se había quedado de líder, fue descalificada en el túnel de acceso a la pista cuando ya se dirigía a coronar su esfuerzo.
La IAAF, como antes se llamó la World Athletics, no quedó a gusto con todos esos desaguisados de Sidney y ordenó una revisión a fondo de la prueba, la única del atletismo sometida al criterio humano y que vigila la técnica del marchador solo con la vista natural.
El análisis de la prueba dio como resultado el sistema de penalización a base de tiempo en una “cámara de castigo”, en la que, inactivo, permanece el atleta hasta cubrir cierto tiempo para reincorporarse a la prueba, ya con la consabida pérdida de puestos en la competencia.
Ahora vemos que la WA, en su afán por lograr la igualdad de participación de géneros, y por no reunir los suficientes países en los 50 km femeninos, optó por el relevo mixto, que deja más alertas que posibles aciertos.
La nueva idea, de recorrer en marcha la distancia del maratón, parece más una salida desesperada para la prueba y no tanto porque se trate de honrarla, a pesar de que cuenta con gran historia, muchas hazañas y atletas ejemplares.
Bajo el esquema de relevo mixto, cada atleta, de los dos que integrarán un equipo, recorrerá 10.5 km intercalados; es decir, un tramo a altísima intensidad en torno a los 40 minutos para el varón, descanso de él mismo de 45 min aproximados en lo que la mujer hace su recorrido, y nuevamente otro tirón fuerte de 40 min; y algo muy similar para la mujer.
¿Dónde quedan el respeto por la salud y la dignidad del atleta que tanto pregona la Carta Olímpica? Porque este esquema denota más la necesidad de cumplir con una tendencia que cuidar la esencia de la prueba.
Y aunque nuestro país ha carecido de marchistas de altas cotas en los últimos años, queda la añoranza de las diez preseas olímpicas que se han obtenido en esta prueba, entre ellas tres en los 50 km: oro de Raúl González en Los Ángeles 1984, plata de Carlos Mercenario en Barcelona 1992 y bronce de Joel Sánchez en Sidney 2000.