Ocupo mi lugar en la mesa, y en el preciso instante en que veo la pared musito una maldición. La licenciada, llamémosle, Oyervides, no me ha escuchado, parece, pues está ocupada hurgando en una cartera documentos que me mostrará. Los cafés son muy buenos lugares para que los reporteros hagamos entrevistas.
Puede uno charlar a gusto, con discreción y disfrutando una humeante taza de expreso. Pero no contaba con que este sitio, en particular, tuviera enormes pantallas de plasma en todos lados. Y transmiten un partido de futbol, que ya ha iniciado.
Es fácil determinar que es una Liga europea, por los colores vistosos de los uniformes, el orden de los aficionados en las gradas, y el césped impecable. “¿Todo bien?”, pregunta mi entrevistada y yo respondo en silencio, moviendo brevemente la cabeza en señal afirmativa, mientras trato de ver cuáles son los equipos que se disputan la pelota. Hasta yo me doy cuenta de que me encuentro como un conejo frente a los faros del automóvil.
Igual que el pequeño mamífero, yo ya estoy lampareado y no puedo apartar la vista de las imágenes que me hipnotizan.
Oyervides coloca sobre la mesa un folder grueso y lo repasa con el pulgar, mostrándome sellos y firmas. La grabadora ya está encendida y me da una explicación. A lejos la escucho, como si me hablara del fondo de una caverna, porque veo que el juego es de la Serie A Italiana, Nápoles contra el Hellas Verona. “…está de por medio nuestro estado de Derecho. Los colegios de abogados, juntos seguirán actuando hasta las últimas consecuencias y asumiendo su rol histórico en esta defensa por la legalidad”, dice la licenciada.
Reparo que se está quejando de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia, que fue impuesto de manera arbitraria. Yo hago como que tomo apuntes en mi libreta, pero no puedo seguir escuchándola porque el Estadio Marcoanonio Bentagodi, de Verona ruge de emoción. Al Napoli lo seguía cuando eran comandados por Maradona, hace una eternidad. Nunca he visto un partido de los mastines, pero qué importa. ¡Es futbol! Sudo frío, porque debo mantenerme profesional.
Lo que estoy haciendo sería una falta de respeto para mi interlocutora… si es que se me notara. Pero mientras habla, con jerga de letrado, me doy cuenta que en esa ciudad donde se escenifica el partido ocurre el drama de Romeo y Julieta. No sé por qué imagino a los enamorados de Shakespeare en las gradas, hinchando para los locales con bufandas enarboladas. Al medio tiempo, quizás bajarán a dominar el balón en medio campo para deleite de los presentes.
Oyervides me habla y tengo que darme una bofetada mental para apartar la mirada de la pantalla y ver su impecable peinado brillante de spray: “…Y hemos impugnado los nombramientos mediante el incidente de violación a la suspensión definitiva, y mediante juicio de amparo indirecto en el juzgado”.
Yo asiento, y le pido que me enseñe más pruebas. Soy como el portero que, después de un corner rutinario, se queda tirado tres minutos para hacer tiempo. La licenciada se muestra complacida y busca entre sus papeles, mientras gano segundos para ver al Cholito Simeone que, de media vuelta, saca un disparo que se va muy por encima de la portería. Extrae las fojas que requiere y mientras las pone en la mesa, yo doy un pequeño salto en mi asiento, y coloco con fuerza las palmas sobre la mesa.
¡Gol del Napoli! Politano saca un centro por la derecha y el nigeriano enmascarado, Osimhen, da un soberbio testerazo para inaugurar el marcador. La licenciada no se percata de que estoy alterado, y empieza su disertación sobre una denuncia penal que ella y otros litigantes van a interponer por incumplimiento de suspensión.
Estoy a punto de llorar, porque sé que se me va a notar que no le estoy poniendo atención, mientras veo en la pared que tengo enfrente, en todo su esplendor, el centro prístino, que el africano conecta con el soberbio movimiento de cabeza. Abro la boca y ahogo una expresión de asombro, al ver al Chucky Lozano entre los que celebran el gol. Y yo que pensaba que seguía banqueado.
Para que no se me note el gesto, finjo que me rasco la mejilla. Me obligo a despegar la mirada de la pantalla y encuentro los ojos de Oyervides que ve miran fijamente. Me ha pillado y estoy frito. Se ha dado cuenta de que soy un reportero indigno, que prefiere ver, como los niños, el entretenimiento de la TV en lugar de hacer los deberes.
“Usted estuvo presente en la denuncia que hicimos directamente ante el Presidente del Tribunal. Ya lo recuerdo”, me dice sonriendo, complacida. Uf, pasó cerca la bala. La verdad, ni registro tengo de la ocasión, pero sonrío.
Por supuesto, señalo y menciono el nombre del funcionario referido, solo para salir al paso. Al arquero Ospina le pisaron la mano en una rebambaramba que se armó en el área. Lo revisan y seguirá. La licenciada sigue exponiendo su punto. Se ve importante, en su traje sastre gris oscuro que, adivino, está recién sacado de la tintorería.
Seguramente, al terminar aquí se irá a algún juzgado. “… y como se puede dar cuenta, esto es un atentado contra la democracia y las instituciones, ¿no cree?”. Acepto dubitativamente, y le doy un sorbo al café mientras, me aprieto el cogote para ahogar el grito por el segundo gol de los napolitanos, el doblete de Osimhen.
En la repetición me doy cuenta de que la defensa del Verona es una coladera. Mira, que permitir que el gol caiga de un saque de banda. Dejo la taza en el plato y le comento que la situación es grave en el sistema judicial del estado y del país.
Me he quedado sin palabras y mientras busco en el archivero de mis escusas algo qué decir, ella mira su reloj y se sobresalta. Entre manotazos, para guardar sus documentos, explica que va tarde a una cita para el desahogo de una diligencia de un juicio. Faraoni, de cabeza, descuenta para el Verona. Suspiro con fuerza para silenciarme.
“¿Cuándo sale esta entrevista?”, pregunta y le respondo con seguridad que esta misma tarde. No entendí nada de lo que me dijo, pero repasando la grabación lo tendré claro. Hasta yo me he vuelto canchero en esto de la reporteada: cuando hay juego, puedo tomar apuntes de la noticia, sin perder la trayectoria del balón, que es lo que realmente importa.