Atlas tiene a San Camilo. Igual que Tigres tiene a San Mateo. El primero, de 32 años de edad, fue determinante en su actuación en la portería la noche del 12 de diciembre para que los rojinegros fueran campeones, y el nuestro, a sus 32 años también, salió en hombros del estadio Azteca la tarde del 6 de junio de 1982, al obtener los felinos el segundo campeonato de liga mediante tiros de castigo contra el Atlante. No es lo mismo, hombre, cómo te pones a comparar lo que hizo hoy Camilo Vargas arropado por su público en el Estadio Jalisco con la hazaña de Mateo Bravo en cancha ajena.
Que sí es lo mismo si tomamos en cuenta que ambos se lucieron como guardametas en los momentos decisivos de cada partido. El colombiano contribuyó al segundo campeonato de liga MX del Atlas, tras una sequía de 70 años y una final perdida en 1999, mientras que el mexicano también fue pieza clave en el segundo campeonato de los universitarios, que cayeron a la división de ascenso en 1996 y no volvieron a saborear otro título hasta 2011.
Sea como sea, Camilo Vargas será entronizado en la historia del Atlas por los dos tiros de castigo que detuvo al cierre del día de gran fiesta nacional que congregó a unos cuatro millones de personas en la Basílica de Guadalupe, en contraste con el duelo durante todo el día por el fallecimiento, a las 6:15 de la mañana, de Vicente Fernández, otro ídolo de Jalisco y de todo México como embajador de la música bravía. Qué puntada la tuya de volver a las comparaciones atrevidas. Y, sin embargo, fíjate tú lo que vivieron los tapatíos con la noticia del charro cantor, cuyos efectos trascendieron a todo el país y más allá; nada qué ver con la algarabía del juego tan esperado contra el León. La gente arremolinada en el rancho “Los Tres Potrillos” con un sentimiento lúgubre, y otra gente, atacada inclusive por la reventa y fraudes con los boletos, arremolinada por las calles de la avenida Independencia con un júbilo contagioso y aferrada a la esperanza del triunfo en la cancha del Jalisco, con una pareja de novios como amuleto en las tribunas. ¿Por qué no vale tomar en cuenta ambos sucesos encontrados que dieron pautas para largas noticias en los medios?
Eran las 11:19 de esa noche cuando el argentino goleador Julio Furch venció la portería de Cota para que Atlas se ciñera el cetro y empezara el ambiente embriagante de alegría en la cancha y las tribunas y las calles de Guadalajara. Y el relajo hizo que Camilo Vargas fuera aclamado como héroe por sus admiradores que olvidaron algunos de sus errores cometidos en juegos del torneo. Bloqueó el tiro, adivinando su trayectoria, de un excelente pateador de izquierda del León, Luis Arturo “Chapo” Montes. El portero colombiano, que gustaba más de ser goleador que guardameta pero que las circunstancias lo han llevado a ganar dinero como tal, había detenido otro disparo de los esmeraldas.
Diego Coca, el entrenador del Atlas, fue envuelto también por los abrazos y empujones de sus pupilos. Y Pepe Riestra, el directivo rojinegro, no cabía de tantas felicitaciones y declaraciones que le arrancaban los de la tele en plena cancha del Jalisco. Qué privilegio de estos periodistas gandallas que fueron la envidia de sus colegas por permitírseles entrar con sus camarógrafos a sitio tan exclusivo para gozo de los fanáticos de los triunfadores. Y en las tribunas no se veía ni un rostro triste porque los pocos que le iban al León se escondieron o fueron desplazados por los atlistas. Ya viste cómo les fue aquí, parecían decir a los dirigentes verdes porque en la cancha del Bajío hicieron de las suyas y hasta humillaron en el palco de invitados a los mandamás tapatíos.
Hazte a un lado, gritaba un escrupuloso que temía a los contagios del coronavirus. Y sin embargo tuvo la ocurrencia de asistir al estadio. El tumulto lo asustaba, y sin embargo estaba ahí. Guarden la sana distancia, reclamaba. El contagio aún no termina, parecía gritar como eco de las autoridades de salud. No obstante, estaba ahí.
Nadie hacía caso de nada. Para eso habían acudido en masa a celebrar lo que era celebrable como nunca. Eran sus sueños hecho realidad. Había que entronizar a San Camilo, ¿por qué no? Qué importa que en los tiros de castigo hay quien acierta a decir que es más el error del que lo tira y no del portero que detiene el disparo o lo adivina con buenos reflejos. El colombiano detuvo dos y poco valió para muchos que Furch anotara el del gane en medio de gran expectación y riesgo por los nervios. San Camilo hoy es San Camilo, como lo sigue siendo San Mateo entre los románticos tigres.
¡Vivan los porteros! ¿Los demás están de adorno? Parece que sí según los dictados tiránicos de la opinión pública futbolera.