¿Hizo falta sufrir un poco más?
En medio de la lluvia crucé la meta del 10K Arboledas de una manera hasta cierto punto cómoda, fuerte y sin tanto desgaste, como en otras ocasiones.
Pero debo reconocer que cuando di la vuelta sobre la avenida Las Puentes y vi a lo lejos el cronómetro, sentí un poco de decepción.
Divisé que el reloj se acercaba a los 42 minutos, fuera del margen de tiempo que me había propuesto establecer. Mi meta era hacer 40 minutos, pero siendo realista me mentalicé en dejar el registro 41, no en 42, como finalmente sucedió.
Aún así me alcanzó para subir al podio como tercer lugar de mi categoría.
Cuando al final me encontré a mi entrenador, Tomás Castañeda, y me preguntó el tiempo que había hecho, vi su cara de decepción, pues esperaba que por fin lograra bajar el reloj a los 40 minutos en los 10K.
No estuve cómodo en ningún momento del trayecto. Por alguna razón el short y la cangurera que portaba se me habían estado cayendo todo el tiempo, supuse que por lo empapado a raíz de la lluvia, uno de los dos accesorios se resbalaba y empujaba al otro.
Además, los charcos, que abundaron durante todo el trayecto, sirvieron también para distraer mi mente de la realidad.
El principal objetivo de que no lograra alcanzar la meta de los 40 minutos en un 10K ideal para eso, por lo plano del trayecto, había sido una barrera que no me he atrevido a cruzar, bajar de 4 minutos el kilómetro durante las carreras.
En los entrenamientos, a diferencia de las series cortas de 100, 200, 300, 400 metros, donde sí he bajado el ritmo hasta a 3:30; el temor a tronarme aparece cuando se trata de series arriba del kilómetro.
Mi entrenador lo resumió así:
“Todos nos hemos tronado alguna vez…tienes que darle..”.
Fabián, un compañero de equipo, me dio una lección de valentía, pues el hizo 38 ó 39 minutos, si no me equivoco.
“Se me iba saliendo el corazón”, expresó.
Comprendí que yo había optado por un ritmo hasta cierto punto cómodo, en lugar de elegir ese sufrimiento que nos permite romper límites.