Me declaro en contra de que las personas que cambian de sexo, pasen también al otro género en categorías deportivas.
En algunos foros he expresado mi contrariedad ante esta situación que me parece injusta y riesgosa, y he sido objeto de reproches de quienes me acusan de discriminador y partidario de la transfobia. Nada más alejado de la realidad y mis creencias.
Un hombre y una mujer no pueden competir deportivamente en igualdad de circunstancias, y por eso se han establecido, como una diferenciación universal, las categorías varonil y femenil. Hemos crecido con esas barreras, que han quedado establecidas desde las épocas más antiguas de la civilización.
La argentina Mara Gómez pasa a la historia como la primera futbolista trans que debuta en un equipo de primera división de Liga Femenil. De 23 años, en diciembre del 2020 se integró al Villa San Carlos, en el circuito de su país. Más que por su futbol, ha dado la nota por los insultos y mofas crueles de sectores de la afición que le reprochan su cambio de identidad. Sin embargo su caso ha traído la atención sobre qué debe hacerse ante estos casos específicos.
La Federación Internacional de Futbol Asociación ha concentrado su atención en las hormonas de las competidoras en estos casos que, técnicamente, son denominados de desarrollo sexual diferente. Señalan los reglamentos que no podrán competir, si sus niveles de testosterona masculina rebasan los valores normales de las mujeres. En base a esos parámetros, fue como la FIFA dio un permiso de excepción a la futbolista argentina.
La científica especializada en deporte, Laura Rivera del Centro de Estudios en Medición de la Actividad Física de la Universidad del Rosario, sostiene que las mujeres trans no toman ventaja de su condición, pues usualmente son sometidas a estrictos tratamientos que inhiben cualquier acción de la testosterona, hormona que ayuda a la fuerza muscular y la capacidad aeróbica del sujeto.
Hay que escuchar cuando la ciencia habla y aceptar la realidad que exponen los expertos. Sin embargo, no puedo dejar de ver con preocupación cómo podría ser una interacción de un hombre con una masa de músculos y una estructura ósea mayor en un juego de futbol. Podemos imaginar el caso de un varón de dos metros que se ha operado los genitales para trocar de sexo y se le ha intervenido su sistema endocrino para cambiar la secreción de sus hormonas. Ese él, transformado en ella por el bisturí, definitivamente tendrá más ventaja de nacimiento, pues su cuerpo es muy diferente y más sólido que el de una mujer.
En lo personal celebro cualquier tipo de inclusión. Me agrada que se acepte en el futbol la existencia jugadores homosexuales y que puedan ya expresarlo abiertamente. Jake Daniels, del Blackpool de la segunda división de Inglaterra reveló abiertamente sus preferencias. Afortunadamente el mundo lo arropó cuando salió del clóset, donde se asfixiaba sin revelarse.
Avanzamos como sociedad cuando aceptamos a todos. Aunque suene a cliché, lo que importa es el corazón, los sentimientos, las intenciones, no el gusto por hombres o mujeres. Esas cuestiones de la intimidad son eso, de cada persona en lo privado. Sin embargo, me preocupa que la desigualdad fisiométrica pueda resultar en daño de chicas, que pueden estar en desventaja.
Afortunadamente el debate no está agotado. La FIFA mantiene un diálogo abierto con los especialistas en medicina del deporte, juristas y defensores de los derechos humanos de todo el mundo para establecer parámetros que permitan una competición justa cuando involucre a transexuales.
Ya han comenzado a perfigurarse algunas limitantes de edad de inicio de tratamiento, para las y los que quieran ser incluidos en los deportes federados. Las especificaciones son diferentes para futbol, atletismo, ciclismo, natación. Como dicen los conocedores, la biología se impone al género. No estoy de acuerdo con la crack estadounidense Megan Rapinoe, cuando dice que la inclusión debe prevalecer sobre cualquier otra diferencia, y que los futbolistas deben participar junto a los del género con los que se sienten identificados.
Por supuesto que la solución no sería establecer una categoría abierta, como se ha propuesto en natación. Las diferencias entre ellos y ellas siguen siendo significativas. Veamos el caso de los 100 metros planos, donde Usaín Bolt es el rey indiscutible con récord de 9.50 segundos. Muy lejos está la marca, aún vigente desde 1988, impuesta por Florence Griffith-Joyner, de 10.49.
Más o menos pasa lo mismo en el futbol. El desarrollo masculino es considerablemente mayor que el femenino, en físico y experiencia.
La discusión continúa y se enriquece. Algo bueno saldrá de estas controversias.