Para hablar con claridad del futbol en esta Eurocopa que termina, e ineludible resaltar la maravilla con la que los equipos han manejado la pelota. Pero el costo de la perfección tal vez sea elevado.
Celebro que los sabios de la vieja escuela hayan conseguido el milagro: que el jugador sea capaz de mimar la pelota, no lastimarla a puntapiés, como durante décadas hemos visto en remedos de partidos, incluso de Copa del Mundo. Una pequeña lágrima de gozo me sorprendió a la mitad de la semifinal entre Inglaterra y Países Bajos. Los equipos hacían corredores transversales en la cancha para comunicarse con la redonda, pasándola de una banda a otra mientras buscaban un hueco por el que pudieran ingresar el delantero. Ya fuera que saltaran la línea imaginaria en el último tercio de la cancha, o que enviaran un centro para buscar el testerazo oportuno, los jugadores acarreaban el balón con dulzura.
Pero también pude detectar con algo de preocupación una tendencia que es creciente y atemorizante: los clubes en Europa, por sistema, ya tienen una doble o triple trinchera en la entrada del área, en la que ya no se permite el libre tránsito del atacante. Neerlandeses y británicos cuando perdían la pelota, de inmediato se colocaban, los once, detrás de ella, apretujándose en su mitad de la cancha, para bloquear los avances.
El contraste se encontraba en el otro hemisferio. Durante la Copa América que en este año coincidió insólitamente en calendario con la Euro, los equipos han podido respirar, soltando las amarras para navegar con libertad, con motor fuera de borda. Canadá tuvo un encuentro con Argentina en condiciones desiguales por tradición y calidad de jugadores. Pero hay que reconocer que si bien la hoja de maple mantiene algunos rudimentos sin pulir, como un manejo menos elegante de la pelota, se ha permitido el lujo de jugar y dejar jugar, y permitió que Messi y De Paul brillaran. Porque de este lado del globo, los sistemas no han llegado aún al punto de colocar una alambrada de defensivos con perros guardianes, como ocurre en aquel lado del Atlántico.
Cuestión de fortalezas y debilidades en husos horarios distintos.
Defensivas
Se cuenta por ahí de un habilidoso delantero que quería ingresar por el centro del área driblando zagueros replegados. Lo intentó una y otra vez, pero se dio cuenta de que en la media luna, apenas entrando a distancia de tiro, le salían al encuentro hasta tres enemigos. En una de esas, cansado se detuvo y pisando la pelota le dio la mano al defensa más próximo: “Hola soy fulano de tal, mucho gusto”. Luego explicó que hizo ese gesto porque las áreas se habían convertido en lugares excelentes para hacer nuevos amigos, de lo abarrotadas que estaban.
Así lo he visto en la Euro. En el duelo de España contra Francia no había manera humana de que un jugador ingresara por el centro. Pasada la media cancha, los delanteros y mediocampistas tenían que hacer exasperantes rodeos para ingresar por las bandas, forzados a superar un parado defensivo que evidenciaba más un miedo a perder que un deseo de ganar.
Muy pocas veces el delantero puede obtener unos centímetros por las bandas y hacer recortes para buscar una rendija en el muro de hormigón, e intentar un disparo. Fue lo que hizo el ibérico Lamine Yamal con el mejor gol de la Copa, que consiguió bordeando el área, hasta encontrar un pequeño hueco, donde trazar un arcoíris hacia la puerta, y clarear al arquero galo Maignan, que se quedó tendido e hipnotizado, como si mirara el sol de la Guyana. Pero un chispazo, porque no había espacios para las combinaciones, ni trianguladas.
En el juego de argentinos y canadienses, por el pase a la final, daba gusto ver las áreas despejadas en contragolpes de cuatro contra cuatro, con espacios para hacer paredes. Se podía hacer un juego abierto y se cumplía aquella máxima que señala que el futbol se juega en las áreas.
Las formas para jugar son diferentes e importantes. Las distancias son muchas entre un estilo de jugar y otro. Aún hoy no estoy seguro de qué prefiero, si el toque prístino y manejo purificado de la pelota, entre campos minados de Europa, o manejo rústico de don balón, pero entre parcelas enteras para andar en bicicleta por las bandas, como aún se puede en América.
Ojalá llegue el día en que se combine lo mejor de los dos mundos.