Por si alguien no recordaba, la Selección Nacional jugó 2 partidos ante equipos importantes de Sudamérica, el Inter de Porto Alegre y el River Plate.
Javier Aguirre tuvo que improvisar una convocatoria con jugadores que en subida volverán a vestir una camiseta cuyo brilló se ha ido percudiendo con el paso de las generaciones, estando ante una sequía de talento importante que parece reflejar los tiempos actuales, en que México ha dejado de producir calidad como antaño, o tal vez porque ha dejado de competir y los jugadores actuales no tienen ese roce para elevar su nivel, acostumbrándose a jugar en USA ante equipos a modo y en entornos muy amigables.
Los resultados vienen siendo irrelevantes, en Monterrey estamos más ocupados en ver las noticias locales, que ahora parecen venir de influencers de redes sociales; pero a nivel macro, el ganar un partido y perder otro, pareciera un saldo rescatable si no fuera porque los verdaderos seleccionados, no tuvieron ese roce que si tuvieron una bola de chavos que se subieron a un avión por la falta de planeación directiva en tener partidos en fechas no oficiales esperando la buena voluntad de equipos que primero tienen que ver por sus intereses que por los de la Selección, que acostumbra mal usar activos y regresarlos lesionados.
La experiencia en Brasil fue agradable, pero la de Argentina es la que se debería buscar más a menudo. La intensidad “che”, la animadversión, el fútbol ríspido y porque no, la calidad de jugadores que difícilmente vemos en México, eran ingredientes para foguear a los verdaderos seleccionados, y no a los chavos que sin mérito alguno utilizaron una camiseta cuya historia pesa, pero su presente está devaluado.
Hace tiempo que este equipo no prende emociones, hace tiempo que no nos representa, el negocio de las televisiones ha hecho de todo por devaluar la gallina de los huevos de oro, por lo que el desinterés y hartazgo es natural ante un producto que más que fútbol, es -o era-, una máquina de dinero.
El valor de un llamado a la selección representativa de un país tan futbolero como México, debería ser de requisitos más elevados, pero ante la planeación federativa inexistente, es común ver a cualquiera portando una descolorida playera que ha terminado por matar la otrora ilusión nacional, el deporte llamado fútbol.
El sabor de competir ante los mejores se ha esfumado, el ego de ser el mejor de una pobre región futbolera, es mera anécdota; el morbo de ir a Sudamérica a competir por lo imposible, simplemente se fue por el caño; el interés económico está por encima de un buen producto que pudiera mover masas, pero por ahora nos conformaremos con las indicaciones de don Emilio para ver que es mas conveniente, o ¿será Iraragorri quien defina lo que sigue? Lo que importa es que al final se tiene una camiseta percudida, un producto devaluado y, nombres extraños que no parecen tener la historia adecuada para justificar un llamado a lo que debería ser la máxima aspiración de un profesional del fútbol, pero que por ahora permite que cualquiera se vista de verde para pasar con más pena que gloria por el campo de juego.
El Mundial 2026 está a la vuelta de un año y medio, tiempo suficiente para hacer nada y al final solo hagamos presencia para completar una lista interminable de selecciones del mundo.
Como estudiante que deja todo al último, así los directivos intentan con Javier Aguirre, el poder tener un papel digno en el campo, pero mientras se planeen juegos donde cualquiera vista esta playera, simplemente se vuelve imposible buscar otros niveles.
Verde sin valor, percudido y con un atisbo de tristeza, mejor nos vemos en el 2026.
¡Saludos desde el sillón!