Se les advirtió, y no hicieron caso.
La necesidad colectiva de desahogo a causa de la pandemia (luto, encierro, desempleo), el consumo de alcohol sin freno, el inframundo criminal de las barras bravas, la incapacidad de los gobiernos municipales y estatales para generar inteligencia y operativos de prevención y reacción inmediata, la ineficiencia de los clubes al no disponer de seguridad interna suficiente, y la complicidad de “periodistas” que arengan mas que los porristas; todo esto, mas la cultura de impunidad que permea en México, se sabía que al meterse y mezclarse 90, 100 minutos en un estadio iban a terminar estallando.
Y ya estalló.
Después del estallido, vino la sacudida, con decenas de videos en redes sociales que contradicen la versión oficial de que solo hubo heridos. Hierve la sangre de coraje, impotencia y dolor al ver jóvenes inertes, desnudos y sangrando mientras una turba los sigue golpeando, ya ni siquiera por la camiseta que visten, simplemente porque están indefensos, a merced de la locura, de la violencia irracional ensalzada por otros trastornados que los acompañan en la cobardía cobijada desde una equivocada pertenencia a un equipo de futbol. Me indignó ver esos videos porque en mi carrera como periodista me tocó ver, en vivo, imágenes muy similares pero no en un estadio de futbol, sino dentro de un centro penitenciario en el que dos pandillas de internos se enfrentaron a muerte. Al ver los videos de la Corregidora recordé mi caminar por los pasillos de ese mal llamado centro de readaptación social, con esos muertos desnudos, empapados en su propia sangre y esparcidos a lo largo de la cárcel.
Que paradoja tan cruel: violencia irracional conectada por la pertenencia insensata, a un equipo de futbol o a una pandilla callejera. ¿En que momento nos hacemos matar por algo que se creó para hacernos felices?
Se les advirtió y no hicieron caso.
Si la liga de futbol mexicana quiere ser, o al manos parecer, de clase mundial, debe de desafiliar de inmediato al Querétaro por las fallas de seguridad, sancionar con juegos sin público al Atlas por lo que resta del torneo, incluyendo liguilla, y cabildear entre los congresos estatales de las sedes de sus equipos, reformas a los códigos penales para que quien cometa los delitos de lesiones y homicidio en el interior y el perímetro de un estadio de futbol durante un partido de la liga -cualquier categoría-, se le considere delito grave, sin derecho a fianza y con aumentos en la pena corporal (cárcel). Lastimosamente, el código penal de Querétaro ya contempla en el artículo 134 bis el delito de violencia en espectáculos deportivos, sancionable con 1 a 4 años de prisión y 10 a 80 días de multa, además de los delitos adicionales que se imputen. Y digo lastimosamente porque de nada sirvió para por lo menos atemorizar a los violentos de ir a la cárcel; ojalá que se aplique si es que a alguien se logra detener y judicializar para que se deje precedente.
Además, buen esta es la oportunidad para que los medios, los periodistas y los analistas de futbol hagamos un buen ejercicio de autocrítica y responsabilidad social para ir automoderando la porra, la polémica burda y la tentación de generar contenido incendiario de muy, muy cuestionable ética profesional.
Rayados y Tigres: clubes, aficiones, medios, gobiernos y congreso del estado que los acompañan: ¿de verdad quieren demostrar grandeza? En dos semanas viene el clásico regio, ya vayan poniéndose a jalar.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y maestrías en las Universidades de Toronto y York. Acumula 30 años de experiencia en periodismo, ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá y es coautor de dos libros.