Hace algunos años el Comité Olímpico Internacional sugería a las máximas instancias deportivas de las naciones no olvidarse de los deportistas olímpicos cuando estos entraran en el retiro deportivo, fueran o no medallistas.
El COI señalaba que muchos de esos olímpicos entregaban toda una vida al deporte sin que por fuera de él hayan podido consolidar una carrera laboral o profesional, por la alta demanda de tiempo y esfuerzo que requiere el alto rendimiento.
Eran los años bohemios del amateurismo, motivado en nuestro medio por el anhelo de alcanzar siquiera a participar en los Juegos Olímpicos. Y sí, muchos mexicanos se entregaron en cuerpo y alma durante uno, dos, tres o hasta cuatro ciclos para lograr el objetivo, dejando de lado estudios, familia y entornos sociales en los que crecían.
En los países socialistas el asunto fue más seguro para los atletas, ya que los canalizaban como obreros o técnicos a las empresas del estado, asegurando así algún beneficio social para el futuro de sus deportistas, quienes nunca se apersonaban a laborar por estar comisionados a la práctica deportiva.
En México, bien que mal el medallista olímpico, tras su logro, era retribuido por el país con alguna casa, un auto o algún dinero, que en el mejor de los casos se replicaba en su estado y en ocasiones hasta beca de burócrata federal podía alcanzar; pero hasta ahí.
A partir de la administración del Presidente Salinas de Gortari, con la creación del Fideicomiso de Medallistas Olímpicos Mexicanos promovido por Raúl González “El Matemático”, los ganadores de presea olímpica empezaron a recibir una beca económica vitalicia, nada mal si se considera además, que hasta los 80, la mayoría de los medallistas provenían de extractos humildes.
En los 90 cambió el perfil del aspirante a atleta olímpico, siendo el principal agregado la preparación universitaria, de ahí que hoy tengamos simultáneamente medallistas gloriosos y profesionistas ejemplares.
Desde el ciclo a Sidney 2000 empezó a haber en el país vasto recurso para el alto rendimiento: becas decorosas, materiales, uniformes, giras, concentraciones, suplementos alimenticios, apoyo multidisciplinar.
Hubo atletas que correspondieron a ese apoyo, pero otros abusaron de diferentes formas, manteniéndose con esos recursos por largos periodos bajo un resultado sobresaliente, pero lejano, y que no garantizaba el mejor nivel vigente del deportista para citas de mayor dificultad.
La CONADE tiene un tabulador que combina el nivel de competencias, el resultado obtenido y criterios de desempeño para otorgar al atleta el estímulo apropiado por el periodo correspondiente.
Este sistema de incentivos salió a flote el 25 del mes pasado, al cuestionar el medallista olímpico de Londres 2012, el clavadista Iván García, una disminución de su beca deportiva a 6 mil pesos, señalando que eso le impide cubrir gastos de familia, entre ellos las colegiaturas de su niña, que tiene junto a la doble medallista olímpica de clavados, Paola Espinosa.
García, plata en sincronizados de plataforma (con Germán Sánchez), tendrá 30 años para París 2024. Tiene mucha experiencia, impone, pero cada vez gana más retirado y los resultados de alto nivel son ya esporádicos. Un atleta de su veteranía arrastra lesiones y denota cansancio físico y mental, debe velar por su familia y suele tener ya otros tipos de intereses de vida.
En sus momentos de éxito un deportista de este nivel puede ganar unas buenas decenas de miles de pesos para vivir más que con dignidad.
Desgraciadamente en el deporte siempre se depende de los resultados y durante mucho tiempo el deportista debe mantenerse en altas cotas de competitividad, llevando el cuerpo al límite y que, tarde o temprano, terminará por ceder.
Cuando esto se avecina es tiempo del retiro voluntario del atleta, y créamelo, muchos de ellos no lo aceptan, sobre todo porque dirán adiós a las entradas de dinero, salvo a la beca vitalicia que sigue teniendo vigencia para los medallistas olímpicos mexicanos.
Entonces el deportista, o se queda viviendo de sus recuerdos o se pone a trabajar; o a ejercer su profesión, si la tiene. Ojalá que siempre fuera así.