El ser humano es un verdadero volcán de emociones. Ocultas o manifiestas, revelan el estado de ánimo de todas las personas, aunque hay quienes las saben disimular muy bien. Pero, como sea, las emociones están ahí, bullendo en el interior de quien alienta un hálito de vida.
Pero ese sentimiento intenso de alegría o de tristeza, como producto de un hecho consumado, una idea o un recuerdo, estalla de pronto y altera el estado sicosomático del más flemático y no se diga de quienes están definidos por su temperamento colérico-bilioso o sanguíneo.
Los especialistas de la conducta, como los siquiatras y sicólogos, afirman que el cerebro activa instantáneamente la dopamina al primer contacto con el placer o la euforia, en tanto que la oxitocina se manifiesta en los abrazos y exclamaciones jubilosas con cierto contacto físico que expresa alegría. Pero también ocurre el reverso de la moneda cuando el organismo detecta la secreción del cortisol, que está asociado con el estrés y traumas severos o eventos dominantes que producen severos efectos de esta hormona en la sangre por periodos prolongados, aumentando la glucosa (azúcares).
Por tanto, el deporte en general, y más los que convocan mayoritariamente a las masas, es una plataforma muy identificada con la explosión de emociones, tanto de parte de quienes lo practican como de los espectadores que presencian una competencia en vivo o a través de los medios electrónicos. Es un recurso de quienes gustan deshacerse de la carga de obligaciones diarias a través del disfrute de las acciones de sus equipos y de la identidad expuesta sin rubor entre todos los involucrados en una meta: ganar.
Pero no es fácil encauzar las emociones a fin de que no hagan daño por los resultados positivos o negativos de una confrontación en la cancha, la duela, el ring, diamante o cualquier campo de juego. Y no lo es porque falta información cabal y orientación oportuna a desquiciados que les ayuden al comportamiento en tales escenarios. Por eso se desata el fanatismo con sus secuelas a veces vandálicas y atentados contra la integridad de personas e instituciones, lo cual mancha el auténtico sentido del deporte, especialmente cuando éste es también un espectáculo y negocio al mismo tiempo.
Ocurre también por la exaltación de las emociones de los conductores de medios que se benefician mucho principalmente del futbol soccer profesional, al incitar a las masas a una rivalidad que se pasa de la raya. Por tanto, es válido insistir en que el entusiasmo y la pasión del trabajo periodístico ha de estar alejado del riesgo que produce la apología de la violencia y la polarización con fines comerciales, porque impacta con fuerza en los cerebros más débiles y en la pasión anidada de quienes no saben controlar sus emociones. La animación es recomendable a través de los micrófonos y las crónicas orales o escritas, pero jamás tomar partido por el desorden.
Se ha probado, inclusive, que hay quien gasta de más su dinero para conseguir boletos de acceso a los estadios aunque tenga que viajar lejos de su ciudad de origen, e igualmente que los resultados negativos de un encuentro (sobre todo en los “clásicos”) afectan la asistencia y el rendimiento en los centros de trabajo y de estudio, y en ocasiones traen descompostura en el carácter de quienes conviven dentro de algunos hogares en donde no aprendido que el futbol soccer “es lo más importante de lo menos importante”, como dice eñ argentino Jorge Valdano.
Por esa explosión de emociones, personas poco controlables de su cerebro rebasan el límite de las expectativas en los subsiguientes partidos que su equipo ha de enfrentar. Y para no ir tan lejos ni desvariar con referencias imaginarias tenemos enfrente el caso de los aficionados de los Tigres de la UANL (uno de cuyos seguidores se lanzó a la cancha a festejar el gol del triunfo anotado la noche del miércoles por Carlos González). No durmió durante la madrugada la mayoría de estos seguidores del cuadro local que derrotó con apuros al León. Y espera confiadamente que se traiga el triunfo el próximo sábado de la ciudad cuerera, sin considerar que este deporte en su reglamento marca ventaja al cuadro local con el empate, de modo que un gol puede ser poca cosa para el conjunto dirigido por Holland.
El ambiente vivido en el Estadio Universitario es ejemplo a nivel nacional. Es cierto que nadie se desborda en apoyar a sus equipos como los reineros. Y vale la pena ponderar lo hecho por sus jugadores en la cancha. Pero no se vale echara perder, por ejemplo, el cumpleaños 63 del entrenador de Rayados de Monterrey, Javier Aguirre, enviándole insultos a sus redes sociales solamente porque no va a ser campeón en este torneo. Ni es sano hundirse en la depresión si lloegara a ocurrir lo que es posible (aunque no deseable para los universitarios de aquí) el sábado en la noche.
Así es que hay que manejar con certeza la dopamina antes de que la apague el cortisol. Y no se necesita mucha ciencia. Basta con ser ecuánimes en la victoria y en la derrota, o sea en el éxito y el fracaso. Mucho más en un deporte en el que los que más ganan son los clubes, los jugadores, los medios de comunicación que tienen bien metidos sus intereses comerciales, y –al último– los verdaderos aficionados por el cúmulo de emociones que gravitan en su espíritu.