El caso de Vini Jr ha dado la vuelta al mundo. Y aún sigue hablándose de los insultos que este seleccionado brasileño recibió en el estadio de Mestalla, en Valencia, cuando se presentó con su equipo, el Real Madrid, a solventar una de las últimas jornadas del campeonato de liga. Pero su proyección ha sido mayor porque el mismísimo presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva lo replicó en la defensa que hizo de su paisano en una cumbre del Grupo de los 7 países más poderosos de la tierra, a donde fue invitado como representante de las naciones en desarrollo. Y, claro, las palabras de un político de este nivel, hizo reaccionar a los directivos de la FIFA, al repasar una y otra vez el mensaje: “No podemos permitir que el racismo se apodere del futbol”. A la vez pidió medidas duras a fin de lograr este objetivo.
Pero lo cierto es que la FIFA podrá imponer “medidas duras” en los estadios y fuera de los mismos, sin que llegue a pasar nada. Lo mismo viene batallando el organismo que dirige el futbol mundial con el gripo homofóbico que tanto le ha costado en imagen a México, y nada ha cambiado. Ni las sanciones punitivas o de dinero han logrado acallar a los desadaptados que siguen haciendo coro en el graderío cuando lo lanzan en contra del portero rival por simple inercia, porque en realidad no hay la intención de ofender al futbolista con el significado que aquí le damos a tal término. Es relajo puro y ganas de llamar la atención en un arranque de rebeldía por la medida coercitiva.
Romelu Lukaku –jugador de piel oscura nacido en Bélgica pero que juega en Italia– también recibió señalamientos agresivos sobre su color, de parte de grupos perversos que no le perdonaron la celebración del gol del Inter del Inter de Milán en el escenario de la Juve en Turín, el pasado 4 d abril, dentro del Torneo de Copa. Curiosamente, como a Vinicius Jr. ahora, también le perdonaron la tarjeta roja que lo mandó a la banca, a la vez que 171 fanáticos fueron sancionados.
Sin embargo, no nos cansaríamos de escribir historias racistas en todos los deportes, y no de fechas recientes solamente, sino de tiempos inmemoriales, como le sucedió a nuestra figura emblemática Hugo Sánchez, cuando llegó, cargado de ilusiones, a jugar al Atlético de Madrid. “Indio cabrón, te mandaremos al paredón” era el canto más común que nuestro futbolista escuchaba al salir a prepararse en la cancha del entonces “Vicente Calderón”. Y de pata rajada no lo bajaban. Pero él digería esa forma de oponerse a su contratación con mucha fuerza mental y los insultos los transformaba en motivación interna para hacer de las suyas durante los partidos. Y ya sabemos lo que significó ese triunfo inicial. Lo llevó a ser contratado por el Real Madrid donde escribió una soberana historia de éxitos.
E igual ha ocurrido con otros grandes del futbol en España, especialmente de piel oscura, al grado de recibir desde el graderío plátanos o señas idénticas a las que hace un mono u orangután. Todo como una forma de desquite por lo que hace el jugador en la cancha en contra de los equipos o figuras de esos equipos que los fanáticos llevan tatuados más allá de lo visible, y que habla de una enfermedad mental. Así es que la FIFA podrá optar por lo que más quiera y guste, no poco avanzará en su lucha contra la xenofobia en los estadios, mientras no mejore la calidad de la educación de los enfervorizados seguidores de unos colores y símbolos que impactan feamente en su cerebro, al grado de volverlos locos de remate. Y si le rascamos un poco más, nos daremos cuenta que esos arranques de discriminación vienen desde el hogar y no es cosa nada más de verlos en los deportes, sino en la escuela, la calle y los sitios de trabajo. Ah, y no ahora únicamente, sino desde décadas y décadas.
Por tanto, la causa de la causa debe ser atajada por padres de familia, educadores, instituciones públicas y privadas, instancias religiosas y políticas. Porque la FIFA nada más tiene influencia real en los estadios de futbol. ¿Y lo demás no cuenta para intentar vencer a la xenofobia?