Tigres está muerto, pero no le han avisado. Deambula por ahí, con arrestos temerarios de vengador, tratando de saldar una cuenta que muy probablemente quede en sus libros con números rojos. Atlas picó profundo con una jabalina en su costado.
Le metió tres goles sin respuesta en la ida de semifinales de este torneo Clausura 2022, el pasado 18 de mayo. El Estadio Jalisco fue escenario de algo parecido a una masacre en el Coliseo Romano, donde el equipo universitario rebasado por su propio optimismo fue tasajeado en público por otro, como la Academia, que hizo lo propio para dejarlo mal herido y con hemorragias abundantes.
Los que seguimos a Tigres vimos con desolación cómo los jugadores del Atlas se solazaban, dando pases entre ellos, como en una máquina pinball, mientras los rivales perseguían la redonda sin poder alcanzarla.
Fue espantoso para nosotros el espectáculo de avasallamiento total de los rojinegros. Y ahora, el equipo de la Universidad Autónoma de Nuevo León tendrá que hacer la proeza este sábado 21, en el regreso en el Estadio Universitario. Necesita una improbable victoria por diferencia de tres goles, lo que hace pensar en un optimismo de lotería para librar el escollo.
Hay, entre la feligresía felina, un olor a cadáver que ya recorre como un aroma susurrante la ciudad. Todos lo sabemos, aunque nos negamos a aceptarlo. Y no es que espere una remontada épica. Esa ya ocurrió con el famoso aztecazo del 2005, un accidente que ocurre una vez en cada generación.
Sin embargo, los jugadores desahuciados se niegan a morir. André Pierre Gignac, el goleador y gran líder del equipo, ha recurrido a las artes de la sugestión para hipnotizar a su equipo y convencerlos de que la victoria es posible.
Acaba de postear en la vitrina de sus redes sociales, una imagen del pensamiento de Michael Jordan, el más grande prócer de la NBA, en el que hace un recuento de sus fracasos.
A fin de cuentas, dice el encestador, lo que importa es intentar, y lo que cuenta es la forma en que se aprende de los descalabros. El Chacal de Marsella está como el poeta Almafuerte que, ya exánime, se niega a reconocerse muerto: “¡Que muerda y vocifere vengadora ya rodando por el polvo tu cabeza!”.
El honor, la determinación, el coraje le impiden declararse vencido, aunque el equipó ya ha sido oleado y está listo el cajón donde sus restos mortales serán colocados, antes de llevarlos al camposanto a darles sepultura cristiana.
Parece que, ya amortajado, el francés seguirá tirando puntapiés desde el más allá para impedir que le cierren el ataúd. Es de temperamento fuerte y de espíritu inquebrantable y ha cogido el estandarte del equipo, para llamar a sus compañeros a que lo sigan y salten en las trincheras enemigas para batirse en duelo guapo, con las últimas fuerzas, buscando acabar con el enemigo, una razón que parece no tener espacio en la realidad.
Cierto, yo veo a Tigres muerto, pero me gusta que el caudillo francés se muestre valiente, a un paso del hoyo, y que con sus últimas fuerzas convoque a la acometida final para dejar el aliento último en el césped donde se dirimirá el combate que definirá el futuro del equipo