Para Andrea mi hija, y mis padres
Cuando esta edición esté en circulación, habré cumplido 30 años como periodista, en plena madurez y con la cuerda suficiente para continuar en la trinchera, al menos dos décadas más. Hasta me he imaginado llegar a una redacción de periódico con mi cabellera blanca, lúcido y siempre puntual: a las nueve de la mañana.
Llegué a Reynosa en abril de 1998 invitado a fundar Hora Cero por Heriberto Deándar Robinson, que dos meses antes comenzó esa aventura editorial; estaba por cumplir los catorce años en el ejercicio periodístico y rápido me empecé a encariñar de un periódico gratuito en pañales.
Aunque quiera disimularlo, arribar a 30 años en este oficio me emociona mucho, porque han sido tres décadas que algún día, en mi retiro, Dios me dará el tiempo suficiente y la memoria para compartirlas a otras generaciones de reporteros que soñarán -como fue mi caso el 17 de septiembre de 1984-, en ser periodistas.
Porque todos empezamos siendo reporteros, no periodistas, un reconocimiento que se gana con el tiempo, acumulando kilómetros como un viajero frecuente, demostrando honestidad y respeto por la profesión.
Cuando a la mitad de mi carrera me empecé a sentir periodista, después de una gran experiencia como corresponsal internacional en Roma, Italia, misma que me llevó a ser corresponsal de guerra en la ex Yugoslavia, acepté escribir una columna editorial con mi nombre.
Antes no, pues no quería entrar al mismo costal de quien agarraba un micrófono sin tener licencia de locutor, para ser titular de un noticiero; como tampoco quería cometer la barbaridad de opinar en un espacio editorial, por el gran respeto que siempre he tenido por el género del periodismo.
Sostengo que un periodista se gana ese título con la madurez. Es como un jugador de béisbol que empezó de niño en las ligas pequeñas, pasó a las menores, jugó en las sucursales de los equipos profesionales, y un día se sintió con capacidad como un lanzador para subirse a la loma y ofrecer sus mejores lanzamientos, al público.
Ya instalado en Hora Cero recuerdo que Heriberto me insistía en escribir un editorial y en varias ocasiones rechacé su invitación. Pude hacerlo en los primeros años, pero no quería adelantar bruscamente mi evolución profesional.
Sin embargo, como reportero, quise demostrarle y desquitar el sueldo que me pagaba. Así que me esforcé y me desvelé para demostrar a nuestros lectores que el periodismo de investigación sería nuestra mejor carta de presentación. Al año siguiente, en 1999, un reportaje seriado de Hora Cero provocó la caída del fugaz alcalde de Reynosa.
Más de la mitad de estas tres décadas frente a una máquina de escribir, y luego con mis dedos escribiendo sobre un teclado de computadora, han transcurrido en Hora Cero, algo que me enorgullece profundamente.
Cuando a fines de 1997 tomé la decisión de abandonar Monterrey, la ciudad donde me inicié como reportero un año antes de terminar mi carrera de comunicación en la Universidad Autónoma de Nuevo León, jamás pasó por mi cabeza trabajar un día en Tamaulipas.
Tampoco lo consideraba un territorio salvaje donde no saldría vivo, pues conocía la vida en la frontera porque mis padres y hermanos viven en Matamoros, donde estudié parte de la primaria y hasta la preparatoria, antes de inscribirme en la UANL.
Un 17 de septiembre de 1984 entré a la redacción de El Porvenir de Monterrey para ocupar una plaza de reportero de la sección cultural. Y acepto: contra mi voluntad, porque mi sueño era destacar en las páginas deportivas.
Jamás olvidaré las palabras de mi profesor de periodismo, Silvino Jaramillo (QEPD), la persona que me adentró en esta profesión: “No importa la sección, tu empieza a demostrar. Lo bueno es que ya tienes un pie dentro, y lo que viene dependerá sólo de ti.”
Y así fue escribiéndose una historia de tres décadas con más logros que tropiezos; con más satisfacciones que frustraciones; con más aspiraciones que reversas; con más ascensos que descensos, todo gracias a la pasión, al respeto y a la entrega por este oficio… y a Dios.
En cada una de las empresas me he entregado, aprendí las cosas buenas y deseché las malas: en El Porvenir, El Diario de Monterrey (Milenio), la Agencia Notimex, TV Azteca México, El Norte y El Centro de Irapuato.
Confieso que no se hacer otra cosa, y a estas alturas de la vida no se si es bueno o malo. Trato de ser un ejemplo para los jóvenes de que los reporteros, cuando se añejan, no se mueren de hambre; que pueden vivir dignamente sin corromperse; que pueden soñar en grande; que pueden alcanzar alturas que quizá nunca imaginaron.
Soy Director Editorial General de esta empresa, pero los que nacimos reporteros nunca dejaremos de serlo; tengo a mis pies mi cámara fotográfica lista para salir corriendo a un evento que me saque de la oficina llena de recuerdos.
En treinta años he caminado de la mano de personas importantes, de gente buena que me la tendieron en momentos difíciles, de incertidumbre sobre el siguiente paso que daría.
A ellos mi agradecimiento por confiar en mí, en mi lucidez y mi entrega. Y con la seguridad: si tropiezo me levantaré, pero jamás fallaré a su confianza.
Twitter: @hhjimenez
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