¿A quién culpar de la muerte de Debanhi Escobar Bazaldúa?
¿Al gobernador Samuel García, por publicar videos de su rutina de ejercicios como si no importara que en la búsqueda de la joven se “localizaron” cuerpos de mujeres que no eran la prioridad oficial del momento?
¿Al procurador Aldo Fasci, que justifica a sus subordinados por su ineficiencia, indiferencia o complicidad calificando de “falla humana” el no haber revisado a detalle el predio del hotel Nueva Castilla?
¿A los padres, por darle mucho o no darle nada de atención, educación y valores?
¿A las amigas de Debanhi que la dejaron sola, o a las personas que en esa fiesta la hicieron sentir que no era su lugar?
¿A los medios de comunicación tradicionales por el tendencioso manejo de la información que busca explotar el sufrimiento para generar audiencia?
¿A los youtubers, que de ser expertos en el conflicto de Ucrania pasan a ser expertos detectives, peritos, médicos forenses y abogados, todo mientras transmiten en vivo por sus redes sociales?
¿A las activistas, que con sus marchas, quema de edificios y manifestaciones en contra del patriarcado, el colonialismo y la demanda de lenguaje incluyente han radicalizado el concepto de igualdad de género?
¿A los miles de miembros de organizaciones criminales que, deshumanizados por el consumo de drogas y la participación en actos de barbarie se han apoderado de las calles del país, seguros de que con plata o plomo seguirán actuando en impunidad?
¿A las empresas de transporte público que no realizan controles de confianza a sus operadores para garantizar que respeten a las mujeres que utilizan sus servicios?
¿A la sociedad neolonesa, que en ese permanente afán de competencia y progreso a la estadounidense ha adelgazado al mínimo la línea entre la libertad y el libertinaje?
¿A Dios, por permitir que gente buena sufra cosas malas?
A Debanhi, como a las decenas de víctimas que han sido asesinadas por el simple hecho de ser mujeres, las matamos todos, como en Fuenteovejuna. Unos somos cómplices por ignorancia, otros por complacencia, otros por indiferencia, otros por odio, otros por tolerancia.
Los feminicidios no se resuelven ni por decreto, ni con marchas, ni con tweets. La mejor manera de resolver un feminicidio siempre será evitándolo, y para evitarlo nos necesitamos todos y todas, cada quien desde su lugar en la sociedad, haciendo lo que le toca con solidaridad, empatía y honestidad. Y si, sé perfectamente que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, pero tras haber vivido y documentado por muchos años la violencia en México, prefiero mantener mi esperanza en que somos más los buenos que los malos.
Pongámonos de acuerdo y pronto, por favor, que todavía hay muchas familias esperando que sus hijas regresen a casa.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y maestrías en las Universidades de Toronto y York. Acumula 30 años de experiencia en periodismo, ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá y es coautor de dos libros.