En la década de los noventa, el historiador Enrique Krauze publicó su célebre libro La Presidencia Imperial, donde examina las gestiones de nueve presidentes de México, quienes gobernaron de manera autoritaria, ya que contaban con el respaldo de los otros poderes y con partidos de oposición si presencia electoral. Krauze describe este régimen como una “dictadura perfecta”, término acuñado por el escritor Mario Vargas Llosa, señalando el autoritarismo que caracterizó a esos gobiernos.
La llegada de la democracia en 1994, cuando el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, trajo consigo un nuevo rumbo para el país. Los partidos opositores ganaron terreno y comenzamos a vislumbrar un cambio real en el sistema político mexicano. Sin embargo, la misma democracia que nos prometió un futuro distinto ha sido el canal que ha permitido el resurgimiento de las presidencias imperiales, ahora en manos del presidente Andrés Manuel López Obrador.
López Obrador, desde su llegada al poder, ha trabajado incansablemente para socavar los avances democráticos y desmantelar el sistema de pesos y contrapesos que se había consolidado en las últimas décadas. No solo controla, a través de su partido, ambas cámaras del Congreso de la Unión y la mayoría de los congresos estatales, sino que ha comenzado un proceso preocupante de debilitamiento de la autonomía del Poder Judicial. En este contexto, López Obrador ha reinstaurado una versión moderna de la presidencia imperial, en la cual sus decisiones están por encima de cualquier consideración legal o política.
Este control absoluto del poder que López Obrador ha logrado construir, numerosas veces con aseveraciones notoriamente falsas y promoviendo la división de la población, contrasta con la figura del opositor que él mismo fue en su momento, cuando señalaba y denunciaba los abusos del régimen del PRI y posteriormente del PAN. Hoy, paradójicamente, personifica el poder omnímodo y cuestionable que tanto criticó, haciendo de su gobierno un reflejo de aquellos años que, en teoría, habíamos dejado atrás.
Dentro de pocos días, a partir del primero de octubre, asumirá la presidencia la primera mujer en la historia de México, la Dra. Claudia Sheinbaum, quien tiene un pasado ligado a movimientos de izquierda en el país, a diferencia de su antecesor que militó en el PRI.
Tenemos que darle a la Presidenta electa el beneficio de la duda, por lo que las y los mexicanos esperamos que rectifique algunas de las cuestionables y autoritarias decisiones tomadas por el último Presidente Imperial que nos ha gobernado.