En mi familia, uno de los grandes problemas que se han padecido es una negación obstinada y absurda a la muerte. Se asume con alguna resignación, pero se procura no “invocarla” de ninguna manera, ya sea por previsiones de salud, por compra de paquetes funerarios o por preparar testamentos. Es el síndrome del bebé que se cubre los ojos para esconderse. Yo también lo hago, aunque con trampa.
Se me ha acusado de no tener ambiciones. En efecto, no las tengo. No económicas al menos. Mi vida es una épica batalla para mantener en equilibrio mis deberes y mis haberes. A veces veo el campo aqueo desde las murallas de Ilión; a veces alardeo desde el campamento griego frente a la puerta de Troya. Sin debacles ni heroísmos. Sin traiciones.
Con este criterio, mi heredad no es suculenta. No me preocupa demasiado, pero, ante la ausencia de descendencia evidente, podría considerar hacer testamento, no sea que mis despojos vayan a parar al insaciable erario.
En realidad, no hay mucho que pueda heredar. De mis haberes, los éticos, inmorales, académicos, afectivos, despectivos, etcétera, han sido distribuidos sistemáticamente durante toda mi vida. Lo que restaría es sólo escoria… y un cadáver. Entonces, testar a estas alturas sería más distribuir un botín más pobre que un franciscano en el siglo XIII.
Aunque se pone de moda eso de los testamentos. Luego de que le dieron una jurguneada médica al corazoncito tirano de don Andrés Manuel, se supo que el buen hombre se había ocupado ya de hacer su testamento político. No conozco los términos, pero no se trata del anticipo de una esquela. Sí de un antídoto contra el uso y abuso de su fantasma para el lucro económico o político de algunos vivillos.
Considerando que López Obrador se mantuvo en la lucha por llegar a la presidencia durante años, puedo creer cualquier cosa menos que no tuviera un plan bien estructurado para su eventual arribo y/o derribo. Conste que “estructurado” no significa “adecuado”. Hay sin duda grandes aciertos en el gobierno de la 4T, pero también hay grandes rezagos. El gran problema de sus críticos contumaces es que critican más los aciertos que los rezagos. La monodia del orate de Fox es el mejor ejemplo.
Y a propósito, recién me llega un mensaje emitido presuntamente por la Coparmex (un sindicato de empresarios, no olvidemos eso). Se trata de un listado muy chistoso, porque enumera cómo sería hoy México si no hubiera llegado al poder don Andrés. Es decir, además de empresarios voraces, también son profetas.
Quiero suponer que saben perfectamente cómo estaría México sin don Andrés, porque con cualquier otro presidente de cualquier otro partido, ellos hubieran seguido gobernando México. Claro, en el listado omiten lo realmente importante: la pauperización sistemática de los mexicanos hubiera seguido igual o con más intensidad que durante las últimas dos décadas; y los grandes capitales, nacionales y trasnacionales, ¡gordos como garrapatas!
Hasta donde entiendo, don Andrés no está heredando en su “testamento político” nada que tenga qué ver con el poder político. Tal vez sea sólo un desplante de lirismo, que se le da mucho. No hay nada que pueda hacer para darle continuidad a un proyecto de país, ni de estado, ni de municipio. Ningún presidente ha sido capaz de hacerlo; ni partidos, ni movimientos morenos o mirindos. De hecho, han sido las “mafias del poder”, tras el poder, las que lo han logrado y ahora luchan desesperadamente por seguir haciéndolo… su proyecto de su país, no del nuestro.
Tal vez a don Andrés y al sistema judicial les ha faltado firmeza en algo muy básico para lograr un cambio sustancial en México: el castigo a la corrupción.
Hasta ahora las cárceles sólo han servido como escaparates temporales y los juzgados como pasarelas para el corrupto de moda. Nada definitivo. Los grandes corruptos y los grandes corruptores siguen en plácida impunidad; como en la fábula del pastor mentiroso y el lobo, ya no se la creen. Esto, como herencia, sería sumamente incómodo para los virtuales herederos de don Andrés. La mala hierba del jardín se arranca, no se poda. Con este sustrato, el edificio entero de la 4T es sólo un hermoso y trémulo flan. ¿Trenes mayas o chichimecas?, ¿reformas eléctricas o electorales?, ¿aeropuertos, seguridad, soberanía?, sin un sólido y efectivo combate a la corrupción quedan sólo en áreas de oportunidad para los sinvergüenzas de cuello blanco, o gris, o negro. Un banquete para carroñeros.
No seguiré el ejemplo de don Andrés, no dejaré testamento lírico. Si acaso dejaré el fiel de la balanza de mis haberes y deberes en el precario equilibrio que ha tenido siempre. Es emocionante. Eso de vivir con la certeza de nuestra opulencia o nuestra miseria siempre será deprimente. Una por escasez de aspiraciones; la otra, por su exceso. Por mi parte, no hay nada relevante que continuar, y durante décadas he sido bastante cuidadoso en asegurarme de eso.
Por lo demás, yo no tengo ninguna objeción a que lucren con mi fantasma. Sería sólo cosa cambiarme de ánima en pena a ánima apenada.