Tenía que ir a un lugar pero no sabía cómo llegar. Entonces abrí la aplicación de WAZE en la que puse mi ubicación y mi destino. Automáticamente, la aplicación trazó la ruta más conveniente desde el punto de partida hasta el punto a donde debía llegar y en cuánto tiempo llegaría. Y no solo eso: a lo largo del trayecto, una voz relativamente agradable me indicaba con suficiente anticipación en dónde debía dar vuelta, en dónde había algún obstáculo, en dónde había un accidente que estuviera bloqueando el tráfico o congestionamientos viales y hasta vías alternativas en caso de que la ruta original no fuera la mejor en algún punto. Así llegué a donde tenía que ir, prácticamente sin sorpresas, ni sobresaltos, ni contratiempos.
En la vida no es así. A veces ni siquiera sabemos -u olvidamos- de dónde venimos o a dónde vamos. Podemos a veces plantearnos metas y objetivos como destinos existenciales, podemos quizás armar un plan de acción que favorezca nuestras posibilidades de llegar a donde queremos estar; pero nada hay que nos evite lo inesperado y lo incierto, o que nos indique donde están los peligros, los obstáculos o los bloqueos. Nada hay que nos diga con relativa precisión en cuanto tiempo alcanzaremos nuestros objetivos, o si vamos por el rumbo correcto. No hay una aplicación que nos diga -con suficiente tiempo- si nos estamos desviando del camino o que nos ofrezca una vía alternativa para retomar la dirección hacia nuestra meta. ¡Pocas cosas hay en la vida que causen más angustia que sentirse perdido, desorientado, extraviado, errante!
En la vida no hay un GPS, un WAZE o un Google Maps que nos trace el camino y nos dirija con una voz precisa hacia nuestros destinos advirtiéndonos con anticipación de las adversidades y obstáculos, de los peligros y desviaciones con los que nos hemos de topar o dónde hay un retorno o un atajo. La única “aplicación” con la que podemos contar en la vida, es con la voz de nuestra consciencia, que a duras penas nos sirve como una brújula a la que por lo general le hacemos poco caso o le ponemos nula atención y en ocasiones ni siquiera hemos descargado esa aplicación. A veces, ni siquiera somos capaces de definir con claridad en dónde estamos parados ni a dónde exactamente queremos ir….¡Mucho menos por dónde o con quién!
Así las cosas, no nos queda más remedio que descargar la aplicación de la consciencia, que es lo único con lo que contamos para más o menos saber dónde estamos, a donde queremos ir y cuál sería el mejor camino. Es la única “voz” que nos puede decir quiénes somos, medir riesgos, tomar decisiones, distinguir entre el bien y el mal. Pero por lo menos y sobre todo, la conciencia es lo único que nos permite ubicarnos en el “mapa” de nuestra existencia y transitar por el trayecto de la vida con todas las sorpresas, incertidumbres, los altibajos, callejones sin salida, laberintos y obstáculos…Así que para no andar tan perdidos, urge activar la aplicación de la conciencia. ¡Apliquémonos!.