Hay gente que deja huella y este señor no fue la excepción. Espiridión Malacara será recordado porque a su paso por el mundo, más que huellas dejó cicatrices. Era un verdadero patán. Don Espiridión tuvo, para desgracia de muchos, una larga vida. Se dedicó a dos cosas principalmente: a hacer dinero con su fábrica y a crearle miseria a la gente. Así fue que amasó una considerable fortuna y acumuló el desprecio de tantas personas, empezando por su familia.
Doña Angustias, su mujer, vivió siempre atormentada no solo por lo que el viejo le hacía a ella, sino también por haber sido testigo mudo de las atrocidades que el señor cometía contra sus hijos e hijas y contra tantas buenas almas que tuvieron la desdicha de conocerlo.
Prepotente, intransigente, déspota, cruel, insensible, egoísta, necio y castigador…era un dechado de defectos lo que constituía la nefasta personalidad de Espiridión. Él se creía muy respetado porque la gente no se atrevía a verlo a los ojos, pero la verdad era que quienes le rodeaban optaban por seguirle la corriente, darle por su lado, aun cuando por lo general estaba equivocado y sacarle lo que se pudiera, aunque era más fácil ordeñar una piedra que quitarle a él un centavo, porque el tipo era un tacaño.
A los hijos varones los convenció de que nunca serían mejores que él para así tenerlos sometidos a su servicio en la fábrica y sin salario porque él decía que como quiera “los mantenía”. A las hijas las convenció de que eran feas e indeseables para que no vieran hombres ni se casaran y así tenerlas como servidumbre en la casa de por vida. Doña Angustias era menos que eso todavía. Ella era su esclava. Cada uno de los miembros de la familia aprendió con el tiempo a blindarse el alma contra las agresiones del malvado viejo.
Ya entrado en años, don Espiridión se enfermaba a cada rato. Todos esperaban con ansia que se muriera, pero como ni el diablo lo quería, pronto se curaba y se levantaba como si nada a continuar con sus maltratos. Un buen día ya no se levantó más. La familia publicó una esquela barata en el periódico local y casi nadie fue al velorio, solo la esposa y los hijos.
Estaba Espiridión expuesto en el ataúd abierto en la funeraria. No le sacaron las tripas ni la sangre porque él había dispuesto así en su testamento; decía que cuando se fuera se iría entero. Tenía las manos juntas cruzadas sobre el pecho. Soledad, la hija mayor se acercó a ver el cuerpo, cuando de pronto, el dedo meñique del viejo se movió. Soledad sabía que a veces, los muertos frescos tienen movimientos o arrojan gases. Y así, de pronto: ¡Prrrrrfffft! ¡Una flatulencia estruendosa y apestosa salió del féretro! Por no quedarse con la duda, Soledad sacó de su bolso un espejito y lo colocó frente a la enorme y cacariza nariz de Espiridión. Para su horror, el espejo se empañó. Presionó con los dedos un lado del cuello bajo la oreja y percibió un débil pulso -¡Mamá!-Gritó Soledad -¡Ven pronto!
Doña Angustias y sus cinco hijos se acercaron al ataúd. Soledad les dijo: -¡El viejo está respirando, tiene pulso y los sepultureros van a llegar por él en unos minutos! ¿Qué hacemos? Entonces, Doña Angustias dijo con un vozarrón que nunca antes le habían escuchado: -“¡El que lo saque de aquí se lo queda! ¡Yo ya soy viuda!”… Todos callaron y de un golpe que sonó como portazo, cerraron la tapa del ataúd. Pronto llegaron los sepultureros del panteón y ese mismo día lo enterraron. Así murió don Espiridión Malacara, el 5 de diciembre de 1960, sepultado vivo. Ni modo. Cosechó lo que sembró y sembrado quedó con o sin testamento, demostrado quedó que la voluntad de los vivos puede más que la de los muertos.