La automedicación tiene muy mala prensa. Hay una prédica constante sobre sus peligros, y ahora se han dictado medidas para que las farmacias no vendan antibióticos sin receta.
Se comprende que la American Medical Association tenga la misma posición y defienda el lucrativo monopolio de sus agremiados, pero no que en México la Secretaría de Salud persiga la automedicación, en vez de fortalecerla.
Abundan los errores de automedicación, pero también los errores médicos. En los Estados Unidos, según los Consumer Reports on Health (“How to prevent drug errors”, June 2010), hay cuando menos 1.5 millones de errores de medicación al año (aparte de los quirúrgicos, etcétera).
Los descuidos de médicos y farmacias, los nombres parecidos de fármacos distintos y la mala letra de los médicos conducen a que el paciente tome algo equivocado. Un descuido frecuente es que los médicos ignoren las otras medicinas que el paciente está tomando, o sus alergias. Y no faltan médicos que recetan antibióticos para la gripa, como cualquier hijo de vecina, aunque los antibióticos no sirven para eso. ¿Habrá, entonces, que dictar medidas para que los médicos no receten?
Dada la escasa cobertura de los servicios médicos en México, la automedicación es inevitable y lo sensato es mejorar su calidad.
Esto lo comprendió hace muchos años David Werner cuando llegó a un poblado remoto de Sinaloa y vio que lo único práctico era mejorar los remedios caseros.
Acabó escribiendo Donde no hay doctor.
Una guía para los campesinos que viven lejos de centros médicos, que se ha venido reeditando, ampliando y traduciendo para los promotores rurales de muchos países.
Su libro ha inspirado otros: Donde no hay dentista, Donde no hay doctor para mujeres, etcétera. Están orientados a que las comunidades marginadas (cientos de millones de personas) se encarguen de su propia salud, como siempre lo han hecho, pero con mejores resultados. Los libros pueden comprarse o bajarse gratis en versiones electrónicas, gracias a la Hesperian Foundation ( HYPERLINK “http://www.hesperian.org/”www.hesperian.org).
La automedicación también debe apoyarse donde sí hay doctores, pero no es fácil consultarlos, por cualquier razón. Millones de asegurados que pagan sus cuotas al imss o el isste prefieren no usar sus servicios médicos (fuera de análisis y hospitalizaciones). Aproximadamente un tercio de los que acuden a los dispensarios de la Secretaria de Salud, de las parroquias y de grupos voluntarios son asegurados que no quieren ir al seguro. Otros van a las Farmacias de Similares, que tienen consultorios adjuntos baratísimos. O a cualquier farmacia donde los dependientes saben lo que se receta para esto o aquello.
Lo ideal para el imss es que los asegurados paguen pero no molesten.
Para lograrlo, impone cuotas altísimas de tiempo (además de las monetarias): horas y horas perdidas en viajar a tal clínica (cuando pudieran ser atendidos en cualquiera), en madrugar para hacer cola y esperar (cuando pudieran hacer citas por teléfono) y en dar vueltas y vueltas por las medicinas (cuando pudieran recibirlas al salir de la consulta).
Es un sistema perfecto para desanimarlos y que se vayan a otra parte.
Pero incluso las personas que tienen acceso a los mejores médicos y hospitales privados deberían automedicarse: estar a cargo de su propia salud; lo cual incluye, naturalmente, consultar a los médicos cuando sea necesario.
La salud es una forma de ser: el ejercicio de una autonomía capaz de reconocer y corregir sus propios problemas.
Para apoyar esa capacidad, lo más sencillo y barato sería un teléfono gratuito donde se pudiera recibir orientación profesional a cualquier hora.
Tendría que ser capaz de recibir millones de llamadas diarias (de pacientes, promotores rurales, maestros, boticarios, enfermeras y médicos) con la mejor tecnología de un call center: cuestionarios bien pensados, acceso a información en línea (no sólo MedlinePlus y semejantes, sino “sistemas expertos” que procesen la información recabada en los cuestionarios contra los datos del sistema para integrar diagnósticos y recomendaciones) y con acceso telefónico a especialistas.
En los Estados Unidos, hay empresas que venden suscripciones de telenursing: enfermeras profesionales que atienden por teléfono todo tipo de consultas a cualquier hora; desde qué hacer en el acto, en caso de urgencia, hasta consejos sobre nutrición, remedios caseros o especialistas que deben consultarse para ciertos síntomas.
Muchas compañías contratan este servicio para sus empleados como una prestación de gran utilidad y costo bajo.
Nadie sabe mejor que el paciente qué le duele, y nadie debe decidir sino el paciente. Deben multiplicarse los recursos para que decida mejor: fomentar la emancipación, en vez de imponer prejuicios autoritarios.
Por ejemplo: poniendo en la web para qué es cada medicamento, qué efectos secundarios y peligros tiene, en qué casos no es recomendable, etcétera, para defenderse de los errores médicos y los errores de automedicación.
Facilitando el intercambio de experiencias entre enfermos de lo mismo. Creando portales como www.wrongdiagnosis.com.
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