Aunque sin militar en el PRI como sector, el Banco Mundial, la OCDE y el Fondo Monetario Internacional lograron por unanimidad la designación de José Antonio Meade como candidato a la presidencia de México, como garante de la continuidad de su política económica.
Él y sólo él sería el garante del mantenimiento de las inversiones y negocios que tantos dividendos ha dado al sector empresarial más poderos de México y a los inversionistas extranjeros, no sólo durante el agonizante sexenio de Enrique Peña Nieto, sino desde las administraciones de Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas y Miguel De La Madrid.
Durante casi 36 años los organismos financieros mundiales han marcado la pauta, definido la estrategia e impuesto sus decisiones sobre los programas sociales, educativos, laborales y de seguridad social implantados por los gobiernos mexicanos. Ya sea el inquilino de Los Pinos de filiación priísta o panista, el resultado ha sido el mismo: mayores ganancias para los empresarios y cada vez una población más empobrecida, depauperada.
Con Meade como abanderado del PRI dos posturas y visiones diferentes del país se confrontarán en los siguientes seis meses de campañas electorales para decidirse todo en las urnas el 1 de julio:
Por un lado, el esquema neoliberal y de apertura total de la economía mexicana, representada por el ex secretario de Hacienda y Crédito Público, y en la acera de enfrente, la encabezada por el tabasqueño y ya dos veces ex candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, basada en una postura de defensa de la empresa mexicana y en el fortalecimiento del Estado como eje rector de la economía.
La visión maniquea establecería el concepto de Derecha contra Izquierda, olvidando los ejemplos claros de economías como la impuesta en los años 80´s tras la muerte de Francisco Franco en España, de apertura de las inversiones empresariales nacionales y extranjeras, con un sentido social implantadas por el Partido Socialista Obrero de España que llevó a Felipe González a ser presidente durante 13 años consecutivos.
O bien, en ejemplo latinoamericano de Brasil impuesto por Luiz Inácio Lula da Silva que pese a ser considerado de izquierda al ser eterno aspirante a la presidencia por el Partido del Trabajo, logró combinar una política de apertura a las inversiones extranjeras, con programas sociales, laborales, de salud y educativos de corte centroizquierda, que permitieron el fortalecimiento de la economía brasileña hasta colocarla en el noveno o décimo lugar del mundo, atrás precisamente de México.
En el medio de las propuestas económicas que buscarán convencer al electorado mexicano estarán uno o quizás dos candidatos independientes, y el representante del batidillo integrado por el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, el cual oscilará un día a la izquierda y el otro a la derecha para después quedarse inmóvil en el centro, sin definición concreta de sus proyectos.
La renuncia de Meade tomada como autodestape no sorprendió a nadie, mucho menos a los priistas quienes ya sabían por dónde se decantaría la decisión presidencial, esa a la que al final del día todos avalaron y aceptaron sin reserva, aunque les disguste la decisión presidencial.
Hecho funcionario público en los gobiernos priistas de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, pero bien integrado en los dos sexenios panistas, Meade más que un político es un excelente burócrata ligado a los sectores empresariales y financieros nacionales y extranjeros, los cuales lo prefirieron a él antes que a viejos militantes de la nomenclatura priista, representada por el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong o el ex senador Manlio Fabio Beltrones, o los nuevos bebesaurios como Aurelio Nuño.
Si en 1929 cuando se fundó el Partido Nacional Revolucionario para darle cauce institucional, aunque no democrático, a la designación que el presidente en turno hacía de su sucesor, a fin de preservar el poder político en un grupo hegemónico, fueron integrados al sistema cuatro sectores representantes de la sociedad: el Obrero, el Campesino, el Popular y el Militar, los empresarios quedaron marginados de la toma de definiciones en torno al rumbo del país.
Ya con Lázaro Cárdenas como presidente de México y mutado el PNR en el Partido de la Revolución Mexicana, el bastión militar dejó de tener representación en la nueva estructura partidista aunque su influencia siguió vigente pero acotada, una forma de ir confinando a los generales a un radio de influencia menor en la política, para centrarla en definitiva sólo en los cuarteles ya cuando surgiría el PRI.
Por varias décadas, desde 1950 hasta 1976, el Presidente era quien en base a consensos con los diversos sectores priistas y sopesando las inquietudes y sugerencias de la jerarquía católica, los empresarios más cercanos a Los Pinos y hasta las insinuaciones del gobierno de los Estados Unidos vertidas por su embajador en turno, dictaba la línea y señalaba cuál de sus colaboradores sería su sucesor.
De Miguel Ávila Camacho primero y luego Miguel Alemán Valdés pasando por Adolfo Ruiz Cortines, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez hasta José López Portillo, el candidato priista y por ende presidente de México, era nombrado por tener vínculos con la estructura gubernamental y política, pero sobre todo por tener proyectos relacionados con el pueblo mexicano, o lo que eso representaba entonces.
La crisis económica de 1981 que obligó a la estatización de la banca y el incremento de la deuda con acreedores extranjeros, orillaron a López Portillo a ceder el mando de la nación a un grupo político estrechamente vinculado con los organismos financieros y empresariales extranjeros, designado así a Miguel de la Madrid Hurtado como candidato del PRI a la presidencia y abriendo a México al Neoliberalismo encabezado por Carlos Salinas de Gortari y el grupo de políticos mexicanos con maestrías y doctorados en Harvard y Stanford.
Émulos de las doctrinas de los economistas Milton Friedman y Arnold Harberger, que crearon la leyenda negra de los llamados Chicago Boys al imponer en Chile primero, y después en Brasil y México las políticas de la economía de mercado de orientación neoclásica y monetarista y la descentralización del control de la economía, Salinas de Gortari y su sucesor, Ernesto Zedillo, cedieron la rectoría del Estado a las exigencias del FMI y Banco Mundial.
Los resultados de esas políticas fueron la transferencia de capitales a empresas extranjeras, reducción del poder adquisitivo de la mayoría de los mexicanos y concentración de la riqueza en unas cuantas manos, con saldo inicial de 40 millones de pobres en 1994 cuando asumió el poder Ernesto Zedillo, a 60 millones y sumando en el sexenio de Peña Nieto, incluidos los gobiernos panistas de Fox y Calderón.
Con una inflación que ya alcanza los seis puntos porcentuales, la oficial reconocida por el Gobierno Federal y la real que rebasa el 11 por ciento, más los incrementos en servicios brindados por el Estado como la energía eléctrica y la liberación del precio de las gasolinas medidas que impactarán en el costo de insumos y productos, se da el ungimiento del abanderado presidencial priista.
José Antonio Meade más allá de los intereses, necesidades y reclamos de las mayorías, incluido un amplio sector del empresariado mexicano, representa la continuidad del modelo económico planteado por los grandes grupos empresariales nacionales conforme a los dictados del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y la OCDE.
En la decisión de Peña Nieto pesaron más los pesos (o dólares y euros) lo que implicará privilegiar las grandes ganancias y los dividendos, que una voluntad por reorientar el rumbo del país hacia una economía de rostro social y con sentido humano con mejores ingresos para las familias,
Los días y semanas que vienen definirán para cuál lado de la balanza se inclinan los mexicanos.