La mayor parte de las naciones de Latinoamérica, y concretamente Sudamérica han sufrido desde hace tiempo de las dictaduras militares. La última dictadura en caer fue la Chile, en 1990, cuando el Gral. Augusto Pinochet abandonó el gobierno para entregar el poder al primer presidente electo, después de Salvador Allende, Patricio Aylwin.
El factor común en todas las dictaduras fueron la violación de los derechos humanos, asesinatos y la desaparición de personas, un sistema de justicia cuestionable, la represión, la censura y sobre todo, una gran frustración social.
Los chilenos soportaron 17 años al dictador, los argentinos tuvieron 7 años de dictadura, los bolivianos 18, los brasileños 21 años, los peruanos 22 años, los uruguayos 12 años, los ecuatorianos 10 y el sufrido pueblo paraguayo aguantó 35 años al dictador Stroessner.
Ahora la frágil democracia se resquebrajó en Bolivia con el intento de golpe militar del pasado 26 de junio, producto de las constantes crisis que afectó al sistema judicial. Al ser electos sus integrantes por el voto popular, se ha socavado su independencia, y se utiliza para perseguir a opositores políticos, como la expresidenta Jeanine Áñez, encarcelada con cargo infundados de terrorismo y genocidio.
En Bolivia la economía no está funcionando, desde que se estatizaron algunas empresas de diversas ramas productivas, las que, en manos de burócratas se han vuelto ineficientes e improductivas. Desde el gobierno se fomenta la polarización política y la persecución, además de promover leyes autoritarias y ejercer violencia contra periodistas incómodos al régimen. Cualquier parecido con lo que sucede en México, es mera coincidencia.
Los gobiernos que emergen de procesos electorales democráticos, pero son ineficientes y despóticos son el caldo de cultivo apropiado para que la sociedad vea bien un golpe militar que destituya por la fuerza a los malos políticos.
En Chile, por ejemplo, el golpe de estado liderado por Augusto Pinochet contra el presidente Salvador Allende en 1973 se justificó en parte por la inestabilidad económica y política; mientras que en Argentina, además de la inestabilidad económica y política, se presentaron grupos paramilitares, como los autodenominaos “montoneros” y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), lo que los militares utilizaron para justificar su dictadura, para iniciar según ellos, un proceso de reorganización nacional, a cuyo paso desaparecieron miles de personas.
Sin duda, Bolivia está al borde de un golpe de estado, después de este intento fallido que algunos catalogan de autogolpe. Esta situación podría propiciar la caída de otros gobiernos democráticos que tan malos resultados han dado, con lo que nuevamente estaríamos regresando a la época de las dictaduras en el cono sur de nuestro continente.
También la frágil democracia que tenemos, producto de los vicios de los gobernantes elegidos y la falta de resultados alentadores para la sociedad, es proclive a la incubación del virus del populismo, la polarización y el debilitamiento de las instituciones democráticas, lo que es un caldo de cultivo perfecto para el regreso de las dictaduras.
Los demócratas debemos defender las instituciones democráticas, eligiendo bien a quienes asumirán las funciones de gobierno y exigiéndoles resultados. De lo contrario, nuestras frágiles democracias podrían empezar a caer destrozadas bajo las botas militares.